No penséis que con el título de este post me muestro en contra de una de nuestras exquisiteces culinarias mundialmente conocidas, nada más lejos de la realidad (ojalá pusieran tapas en los bares belgas), a lo que me refiero es a una fiesta organizada por italianos que se celebra en Bruselas más o menso cada dos meses y que es una celebración un tanto peculiar.
Como ya habéis podido apreciar en escritos anteriores, en Bruselas me suelo juntar con mucho italiano. Hay una verdadera colonia italiana en Bruselas y es muy difícil no conocer alguno y el hecho de conocer a un solo italiano implica que pronto conocerás a sus amigos que también son italianos y cuando te quieras dar cuenta te pasará como a mí, que ya no sabes si estás en Bruselas o en la Toscana. Bromas aparte, el sábado pasado e invitada por varios italianos que se sienten muy orgullosos de su antitapas decidimos acercarnos a ver que se cocía. La tarde empezó excesivamente pronto, a las 19 habíamos quedado todos los compañeros de trabajo para dar a Alessandro la despedida que merecía. Tras unas cervecillas y risas iniciales, nos dividimos, unos se fueron a casa, otros fueron a cenar a no sé dónde y otros nos dirigimos al antitapas donde nos esperaban los que no había podido unirse antes a nosotros.
Cuando llegamos a la fiesta me llamó mucho la atención el local, era como una entrada de metro pero una vez en el interior era como una especie de palacio, sinagoga, monasterio o mezquita…una construcción de arcos de ladrillo muy elaborada y que daba la impresión de estar bajo tierra pero en un sitio apañado. La música era de lo más rara, en cada recoveco había una banda diferente pero la música era muy parecida, algo así como música de verbena italiana de los años cincuenta y música balcánica. No sé explicar. También hubo un chico con un sombrero de cow boy que tocaba algo más rockero pero a nivel general la música era peculiar. Había tragafuegos, un señor que se llamaba Doctor no sé qué y que era como una especie de adivino, un taller donde te enseñaban a hacer masa de pasta que luego cocinaban y servían, había comida gratis (lentejas, cuscús y pasta de mil maneras), comida que había que pagar (exquisiteces italianas), pintores de retratos y vendedores de brazaletes, todo esto mezclado con unas luces discotequeras y un ambiente muy bueno donde la gente reía, bebía, comía, bailaba y para mi sorpresa…fumaba porque se conoce que bajo tierra está permitido fumar. Toda esta mezcla me estaba dejando la sensación de estar como en una historia, algo ajeno al siglo en el que estamos porque aunque los asistentes vestíamos con ropa normal, los encargados de hacer el espectáculo no, y eso generaba un poco de desconcierto. Sobre las 4 decidimos que era hora de volver, salimos a la superficie y un frio extremo que anunciaba la nieve que caería horas después nos devolvió a la realidad.
No puedo decir que fuera la fiesta de mi vida aunque me lo pasé muy, muy bien pero todo el rato me invadió una sensación extraña, por unas horas me sentí dentro de un circo donde yo formaba también parte del espectáculo.
(En esta ocasión las fotografías son cortesía de Alice Spina)
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