Cuenta la leyenda de Silvio Brabo que en el río Schelde vivía un gigante llamado Druoon Antigoon que cobraba un peaje a todos los barcos que querían pasar por allí. Si algún capitán se negaba a pagar, el gigante le cortaba la mano y la tiraba al río. Un día, un centurión romano cansado de las exigencias del gigante, le pagó con su propia medicina, es decir, cuando el gigante les exigió el pago por el paso, el romano sacó su espada, le cortó la mano y la tiró al río, acabando con las tonterías del gigante. Dicen que es de ahí de donde surge el nombre de la ciudad (en flamenco Antwerpen, Ant=mano y werpen=lanzar). Bonita historia para una bonita ciudad.
La gente se extraña cuando arrugo el morro al oír el nombre de Amberes, -¿Qué pasa que no te gusta?, ¿Cómo no te puede gustar la segunda ciudad más grande de Bélgica?-. Mi problema no es con la ciudad en sí sino con el tiempo que me acompaña cuando voy a Amberes. La primera vez que fui me hizo un calor horrible, y yo el calor lo llevo muy mal, así que volví un poco harta de Amberes y sudando como un pollo, eso sí, me reí muchísimo y me lo pasé muy bien.
La segunda vez que fui a Amberes (todas las visitas se empeñan en ir y tengo que acompañarlas), llovía a mares, se me mojaron los pies y en fin…ya recordareis el episodio de la lluvia y mi sentimiento hacía ese fenómeno meteorológico tan necesario pero a la vez tan horrible. No contenta con eso y a pesar de haber dicho por activa y por pasiva que ya no volvería a Amberes porque siempre que voy el tiempo me la juega, el domingo pasado volví a ir. La idea era dar una vuelta por las tiendas (Amberes tiene una avenida que nada tiene que envidiar a la calle Preciados), comer y pasar el día porque sinceramente, es una ciudad chula y con muchísima vida pero los planes cambiaron y allí me vi yo por tercera vez en mi vida visitando Amberes turísticamente y…con nieve y los termómetros en negativo.
La nieve tampoco me gusta, no es que sea una quejica que no me gusta ni el frío, ni el calor, ni la lluvia, ni la sequía, es que a mí me gustan las temperaturas intermedias en las que hace fresquito y con una cazadorita te apañas pero no…-9º y nosotras pateando Amberes porque no teníamos nada mejor que hacer ese sábado. Nada más pisar la calle principal, ya empecé a retorcer el morro, estaba todo nevado pero la nieve estaba ya guarreada, así que en vez de nieve parecía que estaba en una granja pisando barro o algo así. Además el suelo estaba resbaloso y había que tener mucho cuidado. Aún así, la calle estaba llena de gente porque aunque hacía muchísimo frío brillaba el sol y las personas que viven en los países más allá de los Pirineos jamás se quedan en casa un día soleado por mucho frío que haga. Era gracioso ver la nieve y a todos envueltos en abrigos, gorros y bufandas y en los escaparates de las tiendas la ropa anunciando la primavera. Tras reírnos de la ironía y el contraste entre los escaparates y la realidad llegamos a la zona turística: una catedral muy bonita (aunque nada que ver con la de Toledo, je, je), una Grand Place muy chula también y finalmente el puerto, donde el frío se multiplica por cuarenta. Antes de ir al puerto comimos, un bocadillo de jamón serrano, del malo pero bueno, me apetecía jamón y para una vez que lo encuentro por aquí me daba igual como fuera.
Después de comer, una de mis amigas, Alice, quiso ir a ver el castillo, que no tiene más que una puerta que va a parar a un mirador del puerto pero le dimos el capricho y allá fuimos. Estuvimos tirándonos bolas de nieve y haciéndonos fotos, cuando ya teníamos las manos lo suficientemente rojas a pesar de llevar guantes, decidimos que ya estaba bien de coger frío y que lo mejor era irnos a por un chocolate caliente, pero para volver teníamos que bajar unas escaleras. Alice iba la primera, dirigiendo el cotarro y hablando sin parar, puso un pie en la escalera, se medio giró para advertirnos de lo peligroso que estaba por la nieve y se pego un culetazo impresionante escaleras abajo que nos hizo reír a todos, aunque paramos enseguida porque debió de hacerse daño. Aun así ella no perdió la sonrisa, nos dijo que como había hecho judo en el colegio sabía cómo caer y que por eso solo se había hecho daño en el culo que no nos preocupáramos. Seguimos por nuestro camino, Alice iba muy callada, -¿te duele?-, pregunté, -un poco- me contestó, -anda que venir a Amberes para perder el culo-. Me dijo esta frase en inglés, y no sé por qué me acordé de la leyenda del gigante, a ella la debió pasar lo mismo porque exclamamos las dos a la vez “Asswerpen” (Ass=culo en inglés y werpen=lanzar en holandés). Nos reímos pro haber tenido las dos la misma ocurrencia tonta.
Pero ahí no quedo todo porque Silvia, la otra italiana que vino con nosotras quería ir al museo de arte contemporáneo y también le dimos el capricho. A mí personalmente el arte contemporáneo no me gusta porque no lo entiendo, creo que soy una persona demasiado corriente para apreciarlo, no veo el arte en una tela rasgada, en un trozo de yeso o en cosas así. Alice y yo no paramos de reír durante toda la visita precisamente por eso, Silvia en cambio disfrutaba con cada obra, una de las veces la vi embelesada mirando un cuadro que era completamente azul, era de Kleen y por lo visto es un tipo de azul que se llama así, azul Kleen, porque se lo inventó ese señor. Yo no veía más que un cuadrado azul pero como ya he dicho…soy demasiado corriente para apreciar la belleza del arte contemporáneo. En una de las salas había unos focos todos juntos formando como una especie de pirámide, al acercarme noté que se estaba calentito y con el frio que tenía allí me quedé pensando precisamente en eso: lo a gusto que estaba al calor de los focos. -Es una obra muy famosa-me dijo Silvia-a mí también me gusta mucho-.-No lo sabía- contesté, -estoy aquí porque hace calor-. Se empezó a reír y me dijo que creía que estaba admirando la obra. Vimos muchas cosas en el museo a cada cual más “contemporánea”, incluso estaba expuesto un globo que venía con un infla en una caja de madera y explicaba como hincharlo en italiano. Nos reímos mucho mientras mis compañeras me traducían lo que ponía, el problema fue que me arrime tanto al cristal de donde estaba expuesta la caja que di al globo con la cabeza y casi lo tiro. Anduve lista y lo sujeté entre la pared y mi cabeza mientras Alice lo ponía en su sitio (más o menos) y huíamos de allí como alma que lleva el diablo. No entendimos el arte contemporáneo pero pasamos un rato muy bueno. Cuando salimos ya estaba anocheciendo y se había levantado más frío así que decidimos coger un autobús que nos dejara en la estación del tren para volver a Bruselas.
A pesar de mis malas experiencias meteorológicas con Amberes no pienso rendirme, volveré a Amberes, claro que volveré porque es una ciudad que me gusta pero…creo que lo haré en primavera para que la próxima vez que alguien mencione el nombre de la ciudad no arrugue el morro y me den ganas de hacer lo mismo que hacía el gigante con aquellos que no querían pagar el peaje: cortarles la mano y mandarles a Amberes lloviendo o nevando a por ella.
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