La lluvia me da mucho horror pero curiosamente los países que elijo como destino suelen ser lugares nublados, lluviosos y que tienen más días de clima desapacible que de sol radiante y esplendoroso. Con esto no quiero decir que me guste el calor porque no es el caso, ni que sea una inconformista que no me gusta nada; para mí los mejores días son los primaverales y los otoñales, es decir, hace sol y no hace ni mucho frío ni mucho calor, aunque si hace frío y sol también me vale.
De momento el tiempo belga se estaba portando, hasta el mes de diciembre no ha llovido mucho, solo algún día salteado por tanto no me preocupaba del clima porque tampoco es que hiciera frio. Pero a partir del mes de diciembre la cosa ha empezado a cambiar y la lluvia se ha convertido en una constante en mis días belgas y ésto afecta a mi ánimo y mi humor. Pensé que lo había superado cuando estuve viviendo en Dublín donde podían pasar tres semanas sin parar de llover pero, no sirve, los que venimos de tierra de secano no nos acostumbraremos nunca a estar en remojo. Seguro que pensáis que soy una exagerada porque vosotros, la mayoría que leéis este blog, estáis acostumbrados a las cuatro gotas que nos caen en el centro de España pero yo os voy a explicar las miserias que se pasan con las lluvias una vez se atraviesan los Pirineos y me terminareis dando la razón.
Como ya he dicho el mes de diciembre empezó a llover casi a diario en la capital belga, de repente todas mis botas (compradas en la seca España) empezaron misteriosamente a dejar pasar agua. Yo miraba y remiraba y no veía agujeros por ninguna parte, pero llegaba con los pies empapados a casa y con un genio de mil demonios. Pero eso no es lo peor porque si solo lloviera vale, pero es que encima hay ventoleras que te dan la vuelta al paraguas y ya no solo estás mojado sino que encima te quedas con cara de tonto intentando inútilmente dar la vuelta al paraguas. A veces si te pones contra el viento, éste te ayuda en tan ardua tarea de intentar devolver el paraguas a su forma original pero eso no pasa siempre, además las varillas se resienten y terminas: mojado, con cara de tonto y con el paraguas torcido. A esto hay que sumar los charcazos que se forman justo al lado de la acera y que a los coches les gusta pasar a toda velocidad. Volviendo al tema del paraguas, lo más normal es que termine roto en la papelera más cercana (el mío bastante me duró el pobre).
Sabiendo tanta penuria como se pasa en los días lluviosos e intentando poner al mal tiempo buena cara, pedí a los Reyes Magos unas botas katiuskas, que resulta que ahora para ser más guays las llamamos “Wellies” un diminutivo que viene del nombre que se las da en los países anglosajones “Wellington Boots”, pero vamos que no dejan de ser unas katiuskas de las que se han usado toda la vida en las granjas para andorrear entre los purines y los barros, lo que pasa es que ahora hacen versiones más monas (como las que yo tengo) para poder usarlas en la urbe y así evitar que se nos mojen los pies y nos sintamos tan miserables como me siento yo cuando tengo los pies mojados. Los Reyes me trajeron mis “Wellies” y también un paraguas nuevo porque el mío se me rompió en uno de esos episodios que ya he descrito antes.
Bueno pues hoy ha llegado el momento de estrenar mis “Wellies” y mi paraguas; llovía, he salido a la calle
y ahí estaba yo toda contenta con mis pies resguardados del agua y feliz aunque llovía, con mi paraguas nuevo y mis botas nuevas dispuesta a ponerle al mal tiempo buena cara. Eran las nueve menos cinco de la mañana, estaba esperando a que el semáforo se pusiera en verde y aunque estaba muy alejada de la calzada para evitar que me salpicaran los coches ha sido inútil, tanto yo como los otros transeúntes no hemos podido evitar que nos salpiquen un poquito. La sonrisa se ha torcido un poco, pero bueno…los pies estaban sin mojar. Se cambia el semáforo y me doy prisa por huir del manantial que se estaba formando en la carretera. De repente cuando creía que estaba a salvo debajo de un soportal ha venido un viento huracanado que me ha dado la vuelta al paraguas (ya se me ha puesto la cara de tonta porque me da mucha vergüenza esa situación). He conseguido enderezarle pero…otro vendaval ha vuelto a girarme el paraguas y esta vez ha sido inútil la lucha, el viento nos ha vencido a mi paraguas nuevo y a mí y me lo ha roto. Así que, como he podido lo he cerrado y he seguido mi camino. Como llevaba gorro porque hacía frío no me mojaba mucho el pelo y recordemos que…los pies seguían intactos. Pero no ha terminado aquí la cosa, cuando a medio día he salido para comer seguía lloviendo, ya no tenía paraguas porque estaba roto pero seguía teniendo mi gorro que algo me hacía pero cuando he ido a cruzar la carretera, el viento, que no ha tenido bastante con romperme el paraguas casi me saca (literalmente) el gorro de la cabeza. Ha sido una sensación muy rara notar como s eme volaba un gorro de punto, que un sombrero vale pero un gorro…eso sí, esta vez he andado buena de reflejos y he conseguido ajustarme el gorro de nuevo y evitar ir corriendo por la carretera detrás de un gorro (eso sí que hubiera sido ridículo y vergonzoso). Por la tarde ha dejado de llover, cuando por fin he llegado a casa he respirado aliviada por encontrarme a salvo de los vendavales y las lluvias, yo que salía tan contenta por que estrenaba mis botas que son chulísimas, eso sí una cosa digo, muy monas, muy chic y todo lo que queramos pero ya las he estrenado que era lo que quería así que espero que el tiempo me acompañe y me las tenga que poner bien poquito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario