PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



domingo, 17 de abril de 2016

EL CAMARERO GUARRO

Creo que lo primero que tengo que hacer en esta entrada es pedir una disculpa porque llevo casi dos años sin escribir. No sabría decir por qué, quizá lo más sincero sea decir que al volver de Gales se me quitaron las ganas, y aunque me han ocurrido muchas cosas dignas de ser contadas y que sé que os hubieran gustado leer no encontré la inspiración ni el ánimo para hacerlo. Pero también creo que todo el mundo necesita un descanso (el mío ha sido muy largo) y por eso ahora lo retomo con muchas ganas y dispuesta a compartir con vosotros las anécdotas que considero que merecen ser compartidas.
Nos quedamos en que estuve en Gales, pues a finales de junio de dos mil catorce regresé a España y estuve dando vueltas y guerra por la península hasta septiembre de dos mil quince que el destino me llevó otra vez de vuelta a mi querida Bruselas. Confieso que una vez allí quise retomar el blog pero trabajaba mucho y no pude pero he recopilado muchas historias que iré relatando poco a poco junto con otras que pasen a partir de ahora (aunque vuelvo a España y España siempre da menos juego pero vamos allá.

En Bruselas hay un bar que me gusta especialmente, no sabría decir por qué ya que en general los bares bruselenses están bastante descuidados y a veces da un poco de grimita sentarse en las mesas pegajosas, pero cuando ya llevas centenares de mesas pegajosas a tus espaldas te da un poco igual (ya sabemos que lo que no nos mata nos hace más fuertes). El caso es que yo suelo ir al bar en cuestión bastantes veces y aquella fría tarde de finales de noviembre decidimos ir allí a tomarnos un cappuccino.

Llegué con unas amigas y subimos a la parte de arriba, tras esperar unos minutos y ver que nadie nos atendía bajé a preguntar y el camarero (un señor gordito y bastante peculiar) me dijo que bajásemos porque había sitio suficiente abajo y él no pensaba subir. Sí en Bruselas por lo general la atención al cliente es bastante “curiosa”. Muy obedientes bajamos y el camarero nos tomó nota. Ya con nuestros cafés en la mesa y una animada conversación me dio por mirar al camarero gordito y vi que había cogido uno de los botes de mostaza de las mesas y se lo estaba comiendo con una cuchara:
-Pero, ¿Y este hombre?-pregunté a mis amigas que estaban tan flipadas como yo.

A partir de ese momento la conversación terminó porque ninguna queríamos perdernos el espectáculo que se estaba desarrollando ante nuestros ojos. El señor camarero debía tener mucha hambre porque dio buena cuenta de la mostaza del tarro. Rebañó bien con una cuchara de las largas y no contento con eso, se bebió lo que quedaba. Fue un espectáculo muy desagradable y no solo porque a mí la mostaza no me guste sino porque ver a alguien comer mostaza a cucharadas como si fuera un yogur no es el sueño de nadie. A pesar de eso no podía parar de reír y de pensar que ese señor metía los morros de vez en cuando en el bote de mostaza y luego las personas se echaban esa misma mostaza en sus comidas, una guarrada se mire por donde se mire.

Tras el show y con mis amigas protestando porque decían que a menudos sitios las llevaba (fue idea mía ir allí) pedimos la cuenta. El camarero hizo gala de su “simpatía” y nos trajo la cuenta reguñendo algo que no entendí muy bien, supongo que después de comerse medio tarro de mostaza no le apetecía mucho moverse. Una vez en la calle yo seguí a sin poder parar de reír mientras mis amigas maldecían al camarero y afirmaban que las había hasta sentado mal el café. Había nacido un nuevo personaje bruselense junto a “la loca de Trone” y “el hombre que huele mal”, ahora viene “el camarero guarro”.


Tras ese episodio he vuelto al bar porque el cappuccino allí me gusta mucho. El “camarero guarro” sigue estando allí porque creo que es el dueño y sigue atendiendo con una mezcla entre guasa y mala leche. No le he vuelto a ver haciendo ninguna guarrada de las suyas pero estoy segura que las hace y cada vez que entro al bar me rio al mirar los botes de kétchup y mostaza imaginando que secretos guardaran el fondo de esos “sabrosos” tarros. 

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