Creo que lo primero que tengo que
hacer en esta entrada es pedir una disculpa porque llevo casi dos años sin escribir.
No sabría decir por qué, quizá lo más sincero sea decir que al volver de Gales
se me quitaron las ganas, y aunque me han ocurrido muchas cosas dignas de ser
contadas y que sé que os hubieran gustado leer no encontré la inspiración ni el
ánimo para hacerlo. Pero también creo que todo el mundo necesita un descanso
(el mío ha sido muy largo) y por eso ahora lo retomo con muchas ganas y dispuesta
a compartir con vosotros las anécdotas que considero que merecen ser
compartidas.
Nos quedamos en que estuve en Gales,
pues a finales de junio de dos mil catorce regresé a España y estuve dando
vueltas y guerra por la península hasta septiembre de dos mil quince que el
destino me llevó otra vez de vuelta a mi querida Bruselas. Confieso que una vez
allí quise retomar el blog pero trabajaba mucho y no pude pero he recopilado
muchas historias que iré relatando poco a poco junto con otras que pasen a
partir de ahora (aunque vuelvo a España y España siempre da menos juego pero
vamos allá.
En Bruselas hay un bar que me
gusta especialmente, no sabría decir por qué ya que en general los bares
bruselenses están bastante descuidados y a veces da un poco de grimita sentarse
en las mesas pegajosas, pero cuando ya llevas centenares de mesas pegajosas a
tus espaldas te da un poco igual (ya sabemos que lo que no nos mata nos hace
más fuertes). El caso es que yo suelo ir al bar en cuestión bastantes veces y
aquella fría tarde de finales de noviembre decidimos ir allí a tomarnos un cappuccino.
Llegué con unas amigas y subimos
a la parte de arriba, tras esperar unos minutos y ver que nadie nos atendía
bajé a preguntar y el camarero (un señor gordito y bastante peculiar) me dijo
que bajásemos porque había sitio suficiente abajo y él no pensaba subir. Sí en
Bruselas por lo general la atención al cliente es bastante “curiosa”. Muy
obedientes bajamos y el camarero nos tomó nota. Ya con nuestros cafés en la
mesa y una animada conversación me dio por mirar al camarero gordito y vi que
había cogido uno de los botes de mostaza de las mesas y se lo estaba comiendo
con una cuchara:
-Pero, ¿Y este hombre?-pregunté a
mis amigas que estaban tan flipadas como yo.
A partir de ese momento la
conversación terminó porque ninguna queríamos perdernos el espectáculo que se
estaba desarrollando ante nuestros ojos. El señor camarero debía tener mucha
hambre porque dio buena cuenta de la mostaza del tarro. Rebañó bien con una
cuchara de las largas y no contento con eso, se bebió lo que quedaba. Fue un
espectáculo muy desagradable y no solo porque a mí la mostaza no me guste sino
porque ver a alguien comer mostaza a cucharadas como si fuera un yogur no es el
sueño de nadie. A pesar de eso no podía parar de reír y de pensar que ese señor
metía los morros de vez en cuando en el bote de mostaza y luego las personas se
echaban esa misma mostaza en sus comidas, una guarrada se mire por donde se
mire.
Tras el show y con mis amigas
protestando porque decían que a menudos sitios las llevaba (fue idea mía ir
allí) pedimos la cuenta. El camarero hizo gala de su “simpatía” y nos trajo la
cuenta reguñendo algo que no entendí muy bien, supongo que después de comerse
medio tarro de mostaza no le apetecía mucho moverse. Una vez en la calle yo
seguí a sin poder parar de reír mientras mis amigas maldecían al camarero y
afirmaban que las había hasta sentado mal el café. Había nacido un nuevo
personaje bruselense junto a “la loca de Trone” y “el hombre que huele mal”,
ahora viene “el camarero guarro”.
Tras ese episodio he vuelto al
bar porque el cappuccino allí me gusta mucho. El “camarero guarro” sigue
estando allí porque creo que es el dueño y sigue atendiendo con una mezcla
entre guasa y mala leche. No le he vuelto a ver haciendo ninguna guarrada de
las suyas pero estoy segura que las hace y cada vez que entro al bar me rio al
mirar los botes de kétchup y mostaza imaginando que secretos guardaran el fondo
de esos “sabrosos” tarros.
Me hubiera encantado verlo en primera persona!! Jaja!
ResponderEliminar¡Jajajaja! Sí, fue todo un espectáculo digno de ver...;)
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