PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



viernes, 24 de agosto de 2012

AQUÍ SI HAY PLAYA


Cuando tenía diez años la monja (iba a un colegio de monjas) nos dijo que teníamos que hacer un comic titulado “Cómo puedo ser feliz” y yo dibuje una historia estupenda sobre lo feliz que sería viviendo en un pueblo al lado del mar y en la falda de una montaña. La monja calificó mi idea de tontería y lo presentó al concurso porque tenía que presentar todos. No viene mucho a cuento pero mi idea de felicidad encandiló al jurado y gané el premio. 18 años después puedo asegurar que el mar y la montaña me hacen feliz y que experimenté la felicidad de vivir en un sitio similar al del comic durante mi estancia en Irlanda. Cuento esta historia porque el domingo estuve en una de las playas de Bélgica, concretamente en Oostende y por el momento ha sido uno de los días más felices de mi estancia en la capital de Europa.

 Lejos de lo que pueda parecer, esa ola de calor sahariano que está azotando España también ha debido decidir pasar los Pirineos y el fin de semana pasado sufrimos (porque es un sufrimiento) temperaturas de 35º, eso sí, debido a la gran humedad del ambiente la sensación térmica sería de unos 40º…sin ventilador, sin río, sin piscinas y sin nada, a ver cómo nos comemos eso. He ahí la razón por la que el viernes por la noche, entre cerveza y cerveza, decidimos irnos a dar un chapuzón a la playa de Oostende. El viaje en tren fue de una hora y media que pasamos entre bromas y risas en un vagón lleno de gente ansiosa por escapar del calor de la ciudad. Íbamos sentados en el suelo porque todo estaba de bote en bote grabando videos, tirando fotos y haciendo bromas tontas porque estábamos sentados en frente de la puerta del wáter…menso mal que a nadie le dio ningún apretón.

 
Según íbamos llegando a Oostende el sol se apagaba, perdía luminosidad y se mezclaba con nubes que se podían intuir cargadas de lluvia. Aun así, cuando bajamos del tren nos dimos prisa por encontrar un buen lugar en la arena lejos de multitudes y así poder disfrutar a lo grande del que seguro será nuestro primer y último día de playa. Mis amigos guiris (yo era la única española) se quejaban porque la playa estaba muy crowd (llena de gente), pero no era cierto, si lo comparas con las playas de Levante donde prácticamente te tumbas en la toalla del vecino, lees la revista de la señora de al lado y fumas el cigarrillo del señor que tienes delante. Vamos que en la playa de Oostende se estaba estupendamente. Aun así, tuvimos que andar un poco hasta encontrar un sitio que cuadrara a mis compañeros. Cuando por fin lo encontramos dejamos las toallas y los chicos corrieron al agua. Yo quería ir con ellos porque me quería bañar cuanto antes pero no me quería perder el bikini de mi compañera de piso, a la que ya dedicaré algún post porque la chica da para mucho, que había estado presumiendo de bikini sexy y no apto para chicos conocidos. Sinceramente,el bikini no era para tanto, era un poco tanga pero no exagerado y nuestros acompañantes masculinos no mostraron el menor interés hacia él lo que notablemente la frustró un poco. Una vez finalizado el espectáculo del bikini me fui al agua  (esa sí que estaba estupenda) y nadé y jugué a la pelota hasta no poder más. Era una playa un poco rara porque la marea iba subiendo a una velocidad de escándalo y la pobre socorrista no daba a basto para ir acercando a los bañistas a la orilla. Me llamó mucho la atención que cerca de las tres de la tarde estando a unos 30 metros de la arena el agua me llegara más arriba de la cintura.
Después de secarme un poco me acerqué con Joanna la polaca a uno de los puestos donde vendían mariscos para probar unos platitos con forma de barca que preparan con gambas, gambones, zanahoria y palitos de cangrejo. Aunque lo venden en la calle en plan mercadillo está muy fresco y muy bueno y aunque soy muy asquerosita para las comidas hice caso a Joanna, que tiene buena boca, y me alegré mucho de hacerlo porque estaba riquísimo.
Al caer la tarde recogimos nuestras cosas y rematamos la jornada con una cervecita todos juntos. El camino de vuelta se complicó un poco porque por nuestro ansia de volver pronto a casa cogimos el primer tren que iba a Bruselas sin darnos cuenta de que daba una vuelta impresionante y que paraba en pueblos que no aparecen ni en el google map por lo que tardamos casi tres horas en llegar a la capital belga.

Llena de arena y hecha polvo llegué aquel día a casa, eso sí, estaba super feliz por mi día playero que me hizo recordar una vez más que a pesar de los años transcurridos  sigo siendo feliz en el mar.

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