PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



jueves, 28 de junio de 2012

EL PANTANO DE BURGUILLOS



Cuando hablo de “dar vueltas por ahí »no me refiero solo a salir al extranjero, en España también se pueden dar cincuenta mil vueltas y encontrar ciudades y parajes de lo más bonitos, aunque muchas veces no sepamos apreciarlo porque simplemente lo tenemos ahí, al ladito de casa y llevamos toda la vida viéndolo. He de confesar que esto me pasa con Toledo, me parece una de las ciudades más bonitas que conozco (de acuerdo, la más, que yo soy muy toledana) pero no lo aprecio todo lo que me gustaría porque simplemente lo tengo siempre ahí, voy a comprar ropa, a tomar unas cañas, a ver el Corpus, a las fiestas de agosto, a salir por ahí, al médico, a tomarme un limón a la vega, a dar la vuelta al valle, a la boda de Lucía (de la que también tendréis una crónica)…en fin, ese tipo de cosas.

Todo esto viene porque la semana pasada estuve en España, en un viaje bastante improvisado y precipitado que entre otras cosas me permitió tomar muchísimo sol y coger la cantidad suficiente de calor corporal (40 graditos el domingo) para poder pasar los 18 días que me quedan en la capital belga hasta mis tan ansiadas y merecidas vacaciones. El caso es que el famoso domingo de los 40º me marché al valle de Iruelas a ver nadar a mi hermano en el pantano de dicho paraje. El Club Máster Natación de mi pueblo celebra cada año por estas fechas una travesía popular a la que no podemos faltar, ya sea de manera activa o como meros espectadores. He de confesar que me dio un poco de envidia porque yo también quería nadar y no pude porque no había entrenado y no me veía con fuerzas, pero eso sí, disfrute de un fabuloso día de pantano que aumentó aun más esas ganas que tengo de volver a España  querida, aunque de momento no será posible.

Ese domingo, nos levantamos a las 7:30 de la mañana para preparar todo e irnos a la travesía, no me sentó muy bien el madrugón porque el sábado había estado viendo el fútbol y luego tomando algo hasta tarde y me dio mucha pereza pero al final conseguí levantarme. Después de dar cuenta de un buen desayuno y preparar nuestras mochilas nos fuimos al pantano. La palabra pantano es muy fea, suena a lago sucio y cutre pero nada más lejos de la verdad, vale que el agua no es cristalina como en las playas del Caribe, sino todo lo contrario pero…está limpio (salvo algún insecto imprudente ) y el paraje natural es una maravilla, se pueden ver las montañas de la sierra, rocas en el agua, pequeñas calas…un sitio que hay que ver. Además no cuenta con la aglomeración de gente que hay en el pantano de San Juan, sitio de recreo para muchos madrileños, así que todo eso hace que sea un lugar idóneo para pasar una tarde de sábado o domingo, incluso de día de diario ahora que con la crisis estamos más ociosos y buscamos escapadas baratas e interesantes.

Cuando llegamos allí me inundó una alegría inmensa, hacía mucho calor, me encanta el pantano de Burguillos porque me gusta mucho el agua y la montaña, y oye…que cuando una está lejos de casa cuando vuelve se emociona fácilmente y disfruta más de esas pequeñas cosas. Aparcamos el coche en el quinto pimiento porque había muchos coches, se conoce que este año mucha gente decidió participar en la travesía, acompañamos a mi hermano a por el chic y esperamos dándonos un chapuzón a que empezaran las competiciones mientras escuchábamos al speaker hacer demostración de su don para la palabra intercalando publicidad de melones, gafas, dentista y sandias con comentarios sobre los participantes, distancia de la travesía y exaltación del paraje.

A la hora prevista empezó el espectáculo, primero los más pequeños en una prueba corta (800 metros), luego los más veteranos y algún chavalín valiente con la prueba larga (5.600 metros). Me hubiera gustado mucho contar mi experiencia en el agua pero como ya he dicho este año no he participado; el año pasado lo hice en la prueba corta, llegue de las últimas y me ganó un niño entradito en carnes del que estoy segura que dentro de un tiempo será un estupendo nadador. Y es que los adultos que participan en la prueba corta tienen q ir mentalizaos de que los niños les van a dar para el pelo porque nadan muchísimo y muy rápido por lo que hay que contar con que ellos nos fundirán, de todos modos y aunque yo sabía eso, me piqué con el pobre chaval y me sentó  mal que me ganara. 

Pero lo pasado,  pasado está y volviendo al 2012, mientras los nadadores recorrían los más de cinco kilómetros de travesía, Raquel (la novia de mi hermano) y yo nadábamos entre las calas, tomábamos el sol, nos poníamos pingando de piedras y arena…en fin esas cosas que en Bruselas no se pueden hacer porque no hay verano y que los 40 gradazos que hacían el domingo nos permitían y excusaban. Poco a poco fueron llegando los nadadores, desde aquí felicitar a mi hermano que hizo muy buena marca, los últimos muy cansados por el gran esfuerzo pero se llevaron muchos aplausos y algún que otro grito de ánimo porque hay que reconocer su fuerza de voluntad. Después  de todo eso…llegó lo más divertido: la cervecita y la paella. Los torrijeños tenemos la costumbre de celebrar todo con cerveza, la travesía, la carrera popular, las fiestas del pueblo…todo, nos montamos un chiringuito con unas barras portátiles, unos barriles, patatas fritas y ale, y si nos apuramos un poco la paella también, y esta vez sí que tocó. De nuevo me faltan palabras para describir lo contenta que estaba allí haciendo cosas de pueblo con la gente de mi pueblo porque vale, el ambiente europeo es muy cosmopolita y todo lo que queramos pero…esas cosas no las tiene y no sirve a mí las cervezadas improvisadas, las verbenas y las tertulias veraniegas me gustan muchísimo.
 Después de la paella nos fuimos a dar el último chapuzón, cuando consideré que en mi cabeza ya se podía hacer una barbacoa porque con las prisas de la mañana olvidamos sombrillas y gorros volvimos a casa, ni hablar quiero de los 52º que marcaba el coche al sol, eso sí, me senté sin rechistar porque ya imaginaba el tiempo que me esperaba a mi vuelta a la capital de Europa.

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