Cuando hablo de “dar vueltas por ahí »no me refiero solo a salir al
extranjero, en España también se pueden dar cincuenta mil vueltas y encontrar
ciudades y parajes de lo más bonitos, aunque muchas veces no sepamos apreciarlo
porque simplemente lo tenemos ahí, al ladito de casa y llevamos toda la vida viéndolo.
He de confesar que esto me pasa con Toledo, me parece una de las ciudades más
bonitas que conozco (de acuerdo, la más, que yo soy muy toledana) pero no lo
aprecio todo lo que me gustaría porque simplemente lo tengo siempre ahí, voy a
comprar ropa, a tomar unas cañas, a ver el Corpus, a las fiestas de agosto, a
salir por ahí, al médico, a tomarme un limón a la vega, a dar la vuelta al
valle, a la boda de Lucía (de la que también tendréis una crónica)…en fin, ese
tipo de cosas.
Todo esto viene porque la semana pasada estuve en España, en un viaje
bastante improvisado y precipitado que entre otras cosas me permitió tomar muchísimo
sol y coger la cantidad suficiente de calor corporal (40 graditos el domingo)
para poder pasar los 18 días que me quedan en la capital belga hasta mis tan
ansiadas y merecidas vacaciones. El caso es que el famoso domingo de los 40º me
marché al valle de Iruelas a ver nadar a mi hermano en el pantano de dicho
paraje. El Club Máster Natación de mi pueblo celebra cada año por estas fechas
una travesía popular a la que no podemos faltar, ya sea de manera activa o como
meros espectadores. He de confesar que me dio un poco de envidia porque yo
también quería nadar y no pude porque no había entrenado y no me veía con
fuerzas, pero eso sí, disfrute de un fabuloso día de pantano que aumentó aun
más esas ganas que tengo de volver a España
querida, aunque de momento no será posible.
Ese domingo, nos levantamos a las 7:30 de la mañana para preparar todo e
irnos a la travesía, no me sentó muy bien el madrugón porque el sábado había
estado viendo el fútbol y luego tomando algo hasta tarde y me dio mucha pereza
pero al final conseguí levantarme. Después de dar cuenta de un buen desayuno y
preparar nuestras mochilas nos fuimos al pantano. La palabra pantano es muy
fea, suena a lago sucio y cutre pero nada más lejos de la verdad, vale que el
agua no es cristalina como en las playas del Caribe, sino todo lo contrario
pero…está limpio (salvo algún insecto imprudente ) y el paraje natural es una
maravilla, se pueden ver las montañas de la sierra, rocas en el agua, pequeñas
calas…un sitio que hay que ver. Además no cuenta con la aglomeración de gente
que hay en el pantano de San Juan, sitio de recreo para muchos madrileños, así
que todo eso hace que sea un lugar idóneo para pasar una tarde de sábado o
domingo, incluso de día de diario ahora que con la crisis estamos más ociosos y
buscamos escapadas baratas e interesantes.
Cuando llegamos allí me inundó una alegría inmensa, hacía mucho calor, me encanta
el pantano de Burguillos porque me gusta mucho el agua y la montaña, y oye…que
cuando una está lejos de casa cuando vuelve se emociona fácilmente y disfruta
más de esas pequeñas cosas. Aparcamos el coche en el quinto pimiento porque
había muchos coches, se conoce que este año mucha gente decidió participar en
la travesía, acompañamos a mi hermano a por el chic y esperamos dándonos un
chapuzón a que empezaran las competiciones mientras escuchábamos al speaker hacer demostración de su don
para la palabra intercalando publicidad de melones, gafas, dentista y sandias
con comentarios sobre los participantes, distancia de la travesía y exaltación
del paraje.
A la hora prevista empezó el espectáculo, primero los más pequeños en una
prueba corta (800 metros), luego los más veteranos y algún chavalín valiente
con la prueba larga (5.600 metros). Me hubiera gustado mucho contar mi
experiencia en el agua pero como ya he dicho este año no he participado; el año
pasado lo hice en la prueba corta, llegue de las últimas y me ganó un niño
entradito en carnes del que estoy segura que dentro de un tiempo será un
estupendo nadador. Y es que los adultos que participan en la prueba corta
tienen q ir mentalizaos de que los niños les van a dar para el pelo porque
nadan muchísimo y muy rápido por lo que hay que contar con que ellos nos fundirán,
de todos modos y aunque yo sabía eso, me piqué con el pobre chaval y me
sentó mal que me ganara.
Pero lo pasado, pasado está y volviendo
al 2012, mientras los nadadores recorrían los más de cinco kilómetros de
travesía, Raquel (la novia de mi hermano) y yo nadábamos entre las calas,
tomábamos el sol, nos poníamos pingando de piedras y arena…en fin esas cosas
que en Bruselas no se pueden hacer porque no hay verano y que los 40 gradazos
que hacían el domingo nos permitían y excusaban. Poco a poco fueron llegando
los nadadores, desde aquí felicitar a mi hermano que hizo muy buena marca, los últimos
muy cansados por el gran esfuerzo pero se llevaron muchos aplausos y algún que
otro grito de ánimo porque hay que reconocer su fuerza de voluntad. Después de todo eso…llegó lo más divertido: la cervecita
y la paella. Los torrijeños tenemos la costumbre de celebrar todo con cerveza,
la travesía, la carrera popular, las fiestas del pueblo…todo, nos montamos un
chiringuito con unas barras portátiles, unos barriles, patatas fritas y ale, y
si nos apuramos un poco la paella también, y esta vez sí que tocó. De nuevo me
faltan palabras para describir lo contenta que estaba allí haciendo cosas de
pueblo con la gente de mi pueblo porque vale, el ambiente europeo es muy
cosmopolita y todo lo que queramos pero…esas cosas no las tiene y no sirve a mí
las cervezadas improvisadas, las verbenas y las tertulias veraniegas me gustan
muchísimo.
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