No todo el mundo vive
una final de la Copa de Europa cuando tu país juega la final fuera de casa, y
he de reconocer que no es plato de gusto, al menos en mi caso, porque me
hubiera encantado estar viendo el partido en Torrijos y celebrar nuestra
victoria en la rotonda de la bandera con los bomberos echándonos agua y la
gente dando voces. Y continuar cerveceando y jugando al billar con banderas
pintadas en la cara hasta las tantas de la mañana como ya hice en la anterior
Eurocopa y el Mundial. Pero esta vez no ha podido ser así y me he visto
obligada a vivir una final de Eurocopa en un ambiente muy internacional donde
todo el mundo quiso ser español por unas horas y en la que los propios españoles
nos sentíamos más españoles que nunca en esta multicultural ciudad.
Esa misma tarde, mi
compañera de piso, una griega, me preguntó si podía venir conmigo a ver el
partido porque lo quería ver con españoles. La respuesta fue un sí como un
piano porque todo soporte es poco en ocasiones como esta. Le dije que estuviera
preparada para las 19:45 ya que habíamos quedado a las 20:00. A la hora
acordada aporreé la puerta de su habitación para meter prisa y presión porque
llevaba toda la tarde nerviosa y quería ver el partido tranquilamente sentada.
Cuando me contestó diciéndome que ya iba me quedé esperándola mirándome al
espejo de la entrada; vaqueros, manoletinas y bolso beige y una de mis
camisetas de la suerte (beige y marrón) era el modelito que había elegido para
el partido porque no tengo aquí nada rojo, eso sí, la bandera española lucía
sobre mis hombros para dejar bien claro de parte de quien estaba. En esas estaba
yo, observando lo sencilla a la par que elegante que iba cuando oí unos tacones
por el pasillo y vi a mi compañera subida en unas plataformas enormes y
embutida en un minúsculo vestido rojo. –Viva España-, me dijo con un extraño
acento, -viva- contesté casi sin voz e intentando que no se me notara la cara
de estupor que se me había quedado al ver semejante atuendo. Me volví a mirar al
espejo y a analizar mi ropa
rápidamente…-vas muy bien para ver el partido-, pensé mientras agarraba con
fuerza la bandera rojigualda.
Tuvimos que sentarnos
separadas porque no había sitio para todas en la terraza del bar, así que
Alesia y Fátima se fueron dentro y yo me quedé fuera con Eli, Joanna y un
montón de españoles a los que no conocía y que gritaban tonterías y amenizaban
el partido. En esas estábamos cuando de repente se nos apagó la tele, todas
funcionaban menos la nuestra y la gente empezó a silbar y a quejarse, -como
marquen gol matamos al dueño-, me dijo Eli riendo, y mira por donde de repente
escuchamos gritos de admiración y ánimo en las terrazas de los bares de al lado,
seguidos de gritos de gol. Nosotros no sabíamos que hacer hasta que vimos hondear
una bandera española y a los que estaban dentro que salían fuera gritando y
empezamos a gritar gol y dar palmas y creo que todos nos acordamos mucho de la
madre de los dueños del bar que se apresuraban por arreglar la tele antes de
que la marabunta de españoles nos echáramos encima por no haber disfrutado de
nuestro primer gol de partido. Una vez arreglada la tele seguimos viendo el
espectáculo, eso sí, en el segundo tiempo me fui dentro con Fátima y Alesia,
seguida por la alicaída Joanna y dejando a Eli en la terraza con un amigo suyo.
Dentro del bar todo
fueron risas y celebraciones, el tercer gol de España ya no dejaba dudas de que
volveríamos a ser los campeones de Europa y Alesia sacó sus pinturas para
decorarnos la cara con la bandera española para la posterior celebración. En
esas estábamos cuando llegó el cuarto gol y casi seguido el final del partido.
Ya se empezaban a escuchar los pitos de los coches y la Plaza de Luxemburgo se
llenaba de barullo y de personas ataviadas con los colores de nuestra
selección. Fue un momento muy emotivo, como siempre que ganamos, aunque no pude
evitar recordar donde me gustaría estar y con quién lo que no quiere decir que
no agradezca la compañía de aquella tarde porque no es cierto, gracias a ellas
lo pasé también genial.
Pero la cosa no terminó
ahí porque decidimos ir a la Bourse, en el centro de la ciudad a celebrar nuestra
victoria, Joanna optó por irse a casa con su chaqueta azul “Azzurra” y las
demás nos fuimos a seguir con nuestra euforia. La policía cortó los accesos a
la Bourse al tráfico pero aun así se veían coches con banderas y dándole al claxon
mientras se desviaban por otras calles. La verdad es que era bonito ver tanto
rojo y tanto amarillo en la capital de Europa sintiendo que éramos los primeros
en algo y no los últimos aunque fuera solo por unas horas. Pero esa alegría se
convirtió en sorpresa cuando al llegar al edificio de la bolsa nos dimos cuenta
de que de los allí congregados españoles de pura cepa éramos bien poquitos;
ingleses, belgas y sobre todo magrebíes eran los que hondeaban nuestra bandera
al grito de ¨Yo soy Español, Español, Español¨ , acercándose a las cámaras
de televisión y haciéndose pasar por nosotros. –No me lo puedo creer-, fue lo
único que acerté a decir, -Créelo-, me dijo un chico gallego, -menos mal que
vosotras sois españolas auténticas porque esto está lleno de impostores, así piensan
luego por aquí que qué morenos somos-. No me quedó otra que reír. Tras observar
un poco el ambiente y reírnos de la situación empezaron unos fuegos
artificiales. Fátima y yo los mirábamos embelesadas, -¡la pólvora!- exclamó
Fátima, -creía yo que este año me quedaba sin ella-, me dijo sonriendo, -Ya ves
Fati qué situación, dos torrijeñas en Bruselas, celebrando que somos los
campeones de Europa rodeadas de nuestros vecinos del Sur diciendo que son españoles-.
Nos miramos sonriendo y continuamos disfrutando del espectáculo.
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