PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



miércoles, 15 de febrero de 2012

UN POQUITO DE GIMNASIO

Todos estamos de acuerdo en que el deporte en su justa medida es algo muy bueno y necesario para el ser humano, de hecho a mí me gusta hacer deporte porque es una manera de descargar tensión acumulada a lo largo del día, por eso, en España salgo a correr por los campos cercamos a mi casa para que me dé el aire y así poder despejarme. El problema es que en Bruselas, sobre todo ahora en invierno, cuando no está lloviendo está nevando y cuando no, hace mucho viento por lo que correr se convierte en toda una odisea. Dado que me paso el día sentada en la oficina y mi desgaste calórico es mínimo, decidí apuntarme al gimnasio para así poder moverme un poco sin preocuparme por la lluvia y de paso evitar que se me ponga el culo como un autentico pandero.

Cuando comenté mis deseos a mi compañero de piso me habló del gimnasio al que él debería ir y me dijo que le parecía buena idea que me apuntara porque así nos animaríamos mutuamente. De este modo y antes de que mis buenos propósitos cayeran en saco roto nos acercamos al gimnasio para mi debut. Pedí a Pablo que viniera conmigo el primer día por el tema del idioma y que me da vergüenza ir sola, pero a pesar de eso hice el ridículo nada más entrar por la misma puerta del gimnasio y tener que decir mi fecha de nacimiento porque mezclé el francés con el inglés y al final no sé ni lo que dije, eso sí, el tipo del gimnasio me entendió aunque todo el proceso de rellenar mi ficha se lo paso riéndose de mí y de mis mezcolanzas idiomáticas, Pablo, mi compañero de piso me echaba un cable con el francés pero se unía a las bromas del hombre del gimnasio.

Una vez que terminamos el proceso de inscripción nos dirigimos a la sala donde están todas las máquinas. Entré con un poco de miedo porque yo siempre he pensado que los gimnasios están llenos de “Pepitos Piscinas” que solo van allí para lucirse y de tías buenas que no sabe una a lo que van porque no lo necesitan pero… me equivoqué  y lo primero que vi fue a una chica muy entrada en carnes que lo daba todo en una de las máquinas de correr y a un par de gorditos sudando la gota gorda en las bicicletas, así que ya más animada, le dije a Pablo que me iba a la zona del spinning.

Cuando llegué donde estaban las bicis de spinning me dio un poco de asco, no por el deporte en sí sino porque ya había empezado a captar el olor a humanidad que se respira en los gimnasios y yo soy una persona muy sensible a los olores. Pensando que me acostumbraría pronto y concentrándome para no marearme (soy muy exagerada para los malos olores), me senté en una de las bicis del final, que como todas estaba como mojada, a pesar de que su ocupante anterior la había limpiado (lo vi con mis propios ojos). Lo que hice fue limpiarla yo otra vez pero aun así había mucha condensación y seguía estando mojada. Haciendo de tripas corazón y ya sudando como un pollo por la humedad del ambiente empecé a pedalear pero…yo no sé hacer spinning, hay que cambiar una ruedecita que tiene la bici o no sé qué historias pero yo no tenía ni idea, lo único que notaba era que no me podía parar y que una vez se me salió el pie fuera del pedal. A vistas de que iba a hacer el ridículo y que el gimnasio a esa hora estaba lleno, decidí pedalear sin más para disimular y a las 20 minutos me bajé de la bici con cara de dignidad pero a la vez huyendo como alma que lleva el diablo porque una de las máquinas de correr se había quedado libre y esa era para mí.

Ya en la máquina de correr creí estar a salvo pero me equivocaba de nuevo porque no sabía cómo ponerla en marcha. Me esforcé en buscar al monitor en la distancia pero no sabía quién porque tome como referencia que era negro y eso en Bruselas no se puede hacer porque hay muchos y el gimnasio no iba a ser menos. Menos mal que apareció Pablo por allí y me ayudó a poner en marcha la máquina. Duré quince minutos porque se puso en la elíptica de al lado un tipo con un olor muy fuerte y entre el calor que tenía y el olor decidí irme a las bicis normales que estaban completamente vacías y donde ningún olor extraño me podría molestar. Cuando llevaba 30 minutos en la bici vino Pablo a buscarme para ver si estaba lista para que nos fuéramos a casa.

Salí contenta porque a pesar de mi inexperiencia en los gimnasios y mi poca familiaridad con la maquinaria, la condensación de sudor humano y los olores ya había pasado la prueba, es más, pienso volver y está vez no habrá bicicleta de spinning que se me resista.

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