PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



lunes, 30 de enero de 2012

ANTITAPAS

No penséis que con el título de este post me muestro en contra de una de nuestras exquisiteces culinarias mundialmente conocidas, nada más lejos de la realidad (ojalá pusieran tapas en los bares belgas), a lo que me refiero es a una fiesta organizada por italianos que se celebra en Bruselas más o menso cada dos meses y que es una celebración un tanto peculiar.
Como ya habéis podido apreciar en escritos anteriores, en Bruselas me suelo juntar con mucho italiano. Hay una verdadera colonia italiana en Bruselas y es muy difícil no conocer alguno y el hecho de conocer a un solo italiano implica que pronto conocerás a sus amigos que también son italianos y cuando te quieras dar cuenta te pasará como a mí, que ya no sabes si estás en Bruselas o en la Toscana. Bromas aparte, el sábado pasado e invitada por varios italianos que se sienten muy orgullosos de su antitapas decidimos acercarnos a ver que se cocía. La tarde empezó excesivamente pronto, a las 19 habíamos quedado todos los compañeros de trabajo para dar a Alessandro la despedida que merecía. Tras unas cervecillas y risas iniciales, nos dividimos, unos se fueron a casa, otros fueron a cenar a no sé dónde y otros nos dirigimos al antitapas donde nos esperaban los que no había podido unirse antes a nosotros.
Cuando llegamos a la fiesta me llamó mucho la atención el local, era como una entrada de metro pero una vez en el interior era como una especie de palacio, sinagoga, monasterio o mezquita…una construcción de arcos de ladrillo muy elaborada y que daba la impresión de estar bajo tierra pero en un sitio apañado. La música era de lo más rara, en cada recoveco había una banda diferente pero la música era muy parecida, algo así como música de verbena italiana de los años cincuenta y música balcánica. No sé explicar. También hubo un chico con un sombrero de cow boy que tocaba algo más rockero pero a nivel general la música era peculiar. Había tragafuegos, un señor que se llamaba Doctor no sé qué y que era como una especie de adivino, un taller donde te enseñaban a hacer masa de pasta que luego cocinaban y servían, había comida gratis (lentejas, cuscús y pasta de mil maneras), comida que había que pagar (exquisiteces italianas), pintores de retratos y vendedores de brazaletes, todo esto mezclado con unas luces discotequeras y un ambiente muy bueno donde la gente reía, bebía, comía, bailaba y para mi sorpresa…fumaba porque se conoce que bajo tierra está permitido fumar. Toda esta mezcla me estaba dejando la sensación de estar como en una historia, algo ajeno al siglo en el que estamos porque aunque los asistentes vestíamos con ropa normal, los encargados de hacer el espectáculo no, y eso generaba un poco de desconcierto. Sobre las 4 decidimos que era hora de volver, salimos a la superficie y un frio extremo que anunciaba la nieve que caería horas después nos devolvió a la realidad.
No puedo decir que fuera la fiesta de mi vida aunque me lo pasé muy, muy bien pero todo el rato me invadió una sensación extraña, por unas horas me sentí dentro de un circo donde yo formaba también parte del espectáculo.


(En esta ocasión las fotografías son cortesía de Alice Spina)




miércoles, 25 de enero de 2012

PATINAJE EN LIEDEKERKE

Nunca pensé que fuera a ir a una competición de patinaje sobre hielo, no porque no me guste, que me encanta, tanto verlo como practicarlo (aunque sea muy mala) sino porque en la zona en la que vivo en España no es un deporte muy arraigado y nunca me entero de cuando hay este tipo de eventos. Pero aquí, en Bruselas, es diferente y más si tienes un compañero de trabajo como el eslovaco Mihail que se entera de todos y cada uno de los eventos culturales que se celebran en Bruselas y los alrededores.

Cuando en diciembre Mihail me propuso ir a una competición de patinaje, le contesté que sí sin dudarlo incluso antes de que terminara de decir dónde íbamos; es que yo todo lo que sea ir a algún lado me vuelve loca y lo mismo me da que sea una fiesta, de paseo por el bosque o a un basurero, yo digo siempre que sí porque me gusta visitar cosas y más cuando estoy en el extranjero, (que conste que nunca he ido a visitar ningún basurero pero oye quién sabe…). El caso es que Mihail me dijo que era una competición de patinaje y creo que no me especificó que era sobre hielo. A mí me gustan los dos tipos de patinaje así que me daba un poco lo mismo, pero sinceramente, creía que era sobre ruedas y no me enteré de que era en hielo hasta que no estaba con Mihail en el tren rumbo a Liedekerke, el pueblecito donde se celebraba la competición.

Cuando llegamos a Liedekerke tuvimos que cruzar el pueblo entero para llegar a la pista de hielo municipal que era donde se celebraba el evento. Era el típico pueblecillo flamenco: con casitas bajas, húmedo y frío, pero con bastante encanto. La pista me desilusionó un poco, era como de material prefabricado, nada comparable a las estupendas pistas de patinaje que te encuentras en Madrid; me esperaba algo más de ella, sobre todo porque del club de Liedekerke han salido estrellas del patinaje como Kevin van der Perren, medalla de bronce en el campeonato europeo en 2007 y 2009, así como del Grand Prix medalist por tres veces y es 7 veces ganador del Campeonato Nacional Belga. Por no hablar de la representación que hizo de su país en los Juegos Olímpicos de invierno en 2006 y 2010. Y encima es guapo y simpático. Pero bueno, Kevin Van der Perren a parte, el estadio, por llamarlo de alguna manera, era un poco cutre. Cuando entramos me arrepentí de no haberme puesto ropa de más abrigo, Mihail se disculpó por no haberme avisado: -tú que vienes de tierras cálidas a lo mejor pasas frío, se me olvidó advertirte. -No pasa nada, Mihail- le dije muerta de frío y acabábamos de entrar, -en un rato me acostumbro a la temperatura-. Tras sentarnos y esperar durante un par de minutos a que terminaran de limpiar la pista, dio comienzo el espectáculo.


La competición no era a altos niveles, empezaba con niñas de unos seis años y terminaba con las chicas de dieciséis. Había solo cuatro chicos que lo hicieron bastante bien. El espectáculo estuvo genial, daban premios por categorías y medallas para todos los participantes aunque también pudimos ver alguna lágrima de las niñas más pequeñas que se habían caído durante su exhibición. Todos lo hicieron estupendamente, a pesar de las caídas, ya me gustaría a mí patinar como patinaban todas y cada una de ellas, de hecho, me conformo con el nivel de las más novatas. Algo que me llamó muchísimo la atención fueron los trajes que llevaban, aunque parecía un campeonato a nivel local, quizá incluyendo algún club de los pueblos de los alrededores, los concursantes iban vestidos como autenticas estrellas del patinaje, con trajes magníficos adaptados a la temática de las canciones que bailaban. Mi favorito fue el de una de las chicas más mayores que patinó muy bien, todo hay que decirlo, al ritmo de la banda sonora de la famosa película de Tim Burton “Beetlejuice”. Llevaba un traje en tonos negro y morado con una gran tela de araña que dejaba al descubierto la espalda.  

Después de la entrega de premios Mihail y yo fuimos a hacernos una foto con Kevin Van del Perren y su novia, aunque creo que ya están casados, la también campeona Jenna McCorkell. Después de eso y muerta de frío deshicimos el camino de vuelta a la estación degustando un bollo de pasas muy rico que nos compramos en una de las panaderías de la localidad.

Alguno os estaréis preguntando si me acostumbré a la temperatura de la pista de hielo tal y como le dije a Mihail al entrar, la respuesta es que no…me pasé el día muerta de frío, tuve que tomarme un chocolate caliente a eso de la una de la tarde para entrar en calor. Cuando llegué a Bruselas ni siquiera una ducha de agua cociendo hizo que se me quitara de encima ese frío húmedo que se me había metido en los huesos, así que decidí irme a dormir pronto para ver si se me pasaba el destemple que tenía. Afortunadamente a la mañana siguiente me levanté como nueva, no me había constipado y me alegré muchísimo de haber presenciado un campeonato de patinaje sobre hielo, aunque sea de pequeños artistas porque…más de uno promete llegar tan lejos como su paisano Van der Perren.







viernes, 20 de enero de 2012

LLUVIA

La lluvia me da mucho horror pero curiosamente los países que elijo como destino suelen ser lugares nublados, lluviosos y que tienen más días de clima desapacible que de sol radiante y esplendoroso. Con esto no quiero decir que me guste el calor porque no es el caso, ni que sea una inconformista que no me gusta nada; para mí los mejores días son los primaverales y los otoñales, es decir, hace sol y no hace ni mucho frío ni mucho calor, aunque si hace frío y sol también me vale. 
De momento el tiempo belga se estaba portando, hasta el mes de diciembre no ha llovido mucho, solo algún día salteado por tanto no me preocupaba del clima porque tampoco es que hiciera frio. Pero a partir del mes de diciembre la cosa ha empezado a cambiar y la lluvia se ha convertido en una constante en mis días belgas y ésto afecta a mi ánimo y mi humor. Pensé que lo había superado cuando estuve viviendo en Dublín donde podían pasar tres semanas sin parar de llover pero, no sirve, los que venimos de tierra de secano no nos acostumbraremos nunca a estar en remojo. Seguro que pensáis que soy una exagerada porque vosotros, la mayoría que leéis este blog, estáis acostumbrados a las cuatro gotas que nos caen en el centro de España pero yo os voy a explicar las miserias que se pasan con las lluvias una vez se atraviesan los Pirineos y me terminareis dando la razón.
Como ya he dicho el mes de diciembre empezó a llover casi a diario en la capital belga, de repente todas mis botas (compradas en la seca España) empezaron misteriosamente a dejar pasar agua. Yo miraba y remiraba y no veía agujeros por ninguna parte, pero llegaba con los pies empapados a casa y con un genio de mil demonios. Pero eso no es lo peor porque si solo lloviera vale, pero es que encima hay ventoleras que te dan la vuelta al paraguas y ya no solo estás mojado sino que encima te quedas con cara de tonto intentando inútilmente dar la vuelta al paraguas. A veces si te pones contra el viento, éste te ayuda en tan ardua tarea de intentar devolver el paraguas a su forma original pero eso no pasa siempre, además las varillas se resienten y terminas: mojado, con cara de tonto y con el paraguas torcido. A esto hay que sumar los charcazos que se forman justo al lado de la acera y que a los coches les gusta pasar a toda velocidad. Volviendo al tema del paraguas, lo más normal es que termine roto en la papelera más cercana (el mío bastante me duró el pobre).
Sabiendo tanta penuria como se pasa en los días lluviosos e intentando poner al mal tiempo buena cara, pedí a los Reyes Magos unas botas katiuskas, que resulta que ahora para ser más guays las llamamos “Wellies” un diminutivo que viene del nombre que se las da en los países anglosajones “Wellington Boots”, pero vamos que no dejan de ser unas katiuskas de las que se han usado toda la vida en las granjas para andorrear entre los purines y los barros, lo que pasa es que ahora hacen versiones más monas (como las que yo tengo) para poder usarlas en la urbe y así evitar que se nos mojen los pies y nos sintamos tan miserables como me siento yo cuando tengo los pies mojados. Los Reyes me trajeron mis “Wellies” y también un paraguas nuevo porque el mío se me rompió en uno de esos episodios que ya he descrito antes.
Bueno pues hoy ha llegado el momento de estrenar mis “Wellies” y mi paraguas; llovía, he salido a la calle
y ahí estaba yo toda contenta con mis pies resguardados del agua y feliz aunque llovía, con mi paraguas nuevo y mis botas nuevas dispuesta a ponerle al mal tiempo buena cara. Eran las nueve menos cinco de la mañana, estaba esperando a que el semáforo se pusiera en verde y aunque estaba muy alejada de la calzada para evitar que me salpicaran los coches ha sido inútil, tanto yo como los otros transeúntes no hemos podido evitar que nos salpiquen un poquito. La sonrisa se ha torcido un poco, pero bueno…los pies estaban sin mojar. Se cambia el semáforo y me doy prisa por huir del manantial que se estaba formando en la carretera. De repente cuando creía que estaba a salvo debajo de un soportal ha venido un viento huracanado que me ha dado la vuelta al paraguas (ya se me ha puesto la cara de tonta porque me da mucha vergüenza esa situación). He conseguido enderezarle pero…otro vendaval ha vuelto a girarme el paraguas y esta vez ha sido inútil la lucha, el viento nos ha vencido a mi paraguas nuevo y a mí y me lo ha roto. Así que, como he podido lo he cerrado y he seguido mi camino. Como llevaba gorro porque hacía frío no me mojaba mucho el pelo y recordemos que…los pies seguían intactos. Pero no ha terminado aquí la cosa, cuando a medio día he salido para comer seguía lloviendo, ya no tenía paraguas porque estaba roto pero seguía teniendo mi gorro que algo me hacía pero cuando he ido a cruzar la carretera, el viento, que no ha tenido bastante con romperme el paraguas casi me saca (literalmente) el gorro de la cabeza. Ha sido una sensación muy rara notar como s eme volaba un gorro de punto, que un sombrero vale pero un gorro…eso sí, esta vez he andado buena de reflejos y he conseguido ajustarme el gorro de nuevo y evitar ir corriendo por la carretera detrás de un gorro (eso sí que hubiera sido ridículo y vergonzoso). Por la tarde ha dejado de llover, cuando por fin he llegado a casa he respirado aliviada por encontrarme a salvo de los vendavales y las lluvias, yo que salía tan contenta por que estrenaba mis botas que son chulísimas, eso sí una cosa digo, muy monas, muy chic y todo lo que queramos pero ya las he estrenado que era lo que quería así que espero que el tiempo me acompañe y me las tenga que poner bien poquito.



martes, 17 de enero de 2012

LA LIGA NORTE

Tras las merecidas vacaciones navideñas, el 8 de enero tuve que volver a Bruselas con bastante pesar, todo hay que decirlo, porque en mis 18 días de vacaciones me acostumbré otra vez a la buena vida de casa, a no preocuparme de hacer la comida, a andorrear todo el día de acá para allá (que también en España doy muchas vueltas por ahí), a salir de cañeteo, compreteo, cine, patinar…en fin, todas esas cosas que una hace cuando está de vacaciones y que hacen que cueste mucho más volver a la rutina. El caso es que estaba yo toda triste y recién llegada, echando de menos el sol brillante de mi querida tierra castellana cuando entraron en la oficina mis dos compañeros italianos, anunciando a bombo y platillo que esa noche estábamos invitados a cenar en casa de otro italiano para celebrar el cumpleaños de uno de mis compañeros. Por supuesto que no me lo podía perder, el cumpleañero, Alessandro, es mi favorito en la oficina, con el que más me río y al que más bromas gasto y me gasta; además el día 20 de enero se termina su beca y su cumple era la excusa perfecta para reírnos y juntarnos un poco más todos antes de que Alessandro se vaya.
La fiesta tuvo lugar, como ya he señalado antes, en casa de otro italiano, que yo no conocía personalmente pero si que había oído hablar mucho de él por ser amigo de mis compañeros. El chico sabía español porque había estado en España de Erasmus y estaba muy contento por poder practicar el idioma con una española de verdad. Ni que decir tiene que la fiesta estaba llena de italianos, siendo una alemana (compañera de piso de otra de las invitadas a la fiesta) y yo las únicas extranjeras de aquella “pequeña república italiana independiente” que se había montado en un momento, eso sí, en ningún momento me sentí fuera de lugar sino todo lo contrario.
La fiesta fue muy divertida, italiano, español e inglés eran los idiomas a manejar indistintamente, yo ya no sabía n en que lengua me llegaba la información pero lo importante es que llegaba. Cenamos unos macarrones enormes cocinados con bacón y guisantes (estos italianos acompañan la pasta con cualquier cosa) y no paramos de reír en todo el rato, especialmente por las tonterías del cumpleañero Alessandro, mi otro compañero de trabajo Matteo y la que escribe este texto que suele ser objetivo de sus bromas, eso sí, al final se las termino dando yo con queso a ellos, lo que hace el asunto más divertido. El caso es que estábamos ahí todos contentos cuando de repente entró en la cocina otro italiano que nadie conocía. Hago aquí un paréntesis para explicar que la casa es la típica casa belga, muchas habitaciones que comparten una cocina y un par de baños  donde normalmente los inquilinos no se suelen conocer. El chico entró al oír el jolgorio y como era italiano, a todos les entró el sentimiento patriótico de acoger al compatriota y le invitaron a unirse a nuestra fiesta.
El chico con una media sonrisa, tomó asiento y comenzaron las presentaciones. A pesar de ver que no todos eran italianos, él comenzó a hablar en su lengua materna, tan rápido que yo solo pude entender algo así como que estaba trabajando para el Parlamento siendo el asistente de un Eurodiputado. Luego empezó a explicar quién era el afortunado político pero ahí si que no me enteré de nada, solo sé que cuando dijo el nombre de su jefe, todos los asistentes se quedaron mudos, incluso los corrillos que se habían formado a parte y que hablaban de sus cosas se quedaron petrificados y sin saber que decir. Yo pensé que quizá fuera un señor muy importante y que por eso a todos les extrañó, algo así como si irrumpiera de repente en mi cumpleaños el asistente de Rajoy, yo también me quedaría parada. Matteo incluso tuvo un ataque de calor, se despojó de su jersey verde y se marchó a la cocina un poco “encendido”, algo pasaba. Alguien rompió el silencio y la fiesta continuó, pero a mí ya me había salido la vena periodista y no podía quedarme sin saber quién era ese chico así que aprovechando que quería una coca-cola fui a la cocina donde Matteo me agarró por los hombros y dándome un medio empujón me metió en la cocina y cerró la puerta muy enfadado.- ¿Sabes quién es ese chico?, negué con la cabeza, -es el asistente de Matteo Salvini, un eurodiputado de la Liga Norte, un grupo racista italiano que…y comenzó a explicarme rápidamente parte de las “joyitas hechas y dichas” por señor y sus compañeros de partido. Mientras Matteo me contaba todo esto yo no paraba de escuchar los “Porca Troia” y “Cazzo que otros italianos que estaban también en la cocina repetían constantemente. Fue entonces cuando comprendí la reacción de todos, en Bruselas no hay sitio para comportamientos racistas porque todos somos extranjeros.
 De todas maneras, y a pesar del shock de los italianos asistentes a la fiesta por no compartir las ideas de la Liga Norte y ser todos contrarios a ella la fiesta siguió su ritmo con el bullicio y las risas con las que había comenzado: cantamos Raffaella Carra y me enseñaron un estúpido baile llamado “la danza della Panza” del que añado el link para que lo veáis en Youtube  http://www.youtube.com/watch?v=StqanmZg5_M.  Aun me estoy preguntando  cómo no fue en su día exportado a España como estúpida canción del verano porque es del más puro estilo Georgie Dann o Leonardo Dantes.
Para mí no tuvo ningún significado compartir asiento con un asistente de una persona que utiliza camisetas en las que se puede leer “Más ron y menos gitanos” y que es Eurodiputado y no cree en la Unión de Europa, ni siquiera cree en al de su propio país pues reclamaba la independencia del norte de Italia pero me parece una historia curiosa, una de esas cosas que a mí solo me pasan cuando doy vueltas por ahí.