Tras las merecidas vacaciones navideñas, el 8 de enero tuve que volver a Bruselas con bastante pesar, todo hay que decirlo, porque en mis 18 días de vacaciones me acostumbré otra vez a la buena vida de casa, a no preocuparme de hacer la comida, a andorrear todo el día de acá para allá (que también en España doy muchas vueltas por ahí), a salir de cañeteo, compreteo, cine, patinar…en fin, todas esas cosas que una hace cuando está de vacaciones y que hacen que cueste mucho más volver a la rutina. El caso es que estaba yo toda triste y recién llegada, echando de menos el sol brillante de mi querida tierra castellana cuando entraron en la oficina mis dos compañeros italianos, anunciando a bombo y platillo que esa noche estábamos invitados a cenar en casa de otro italiano para celebrar el cumpleaños de uno de mis compañeros. Por supuesto que no me lo podía perder, el cumpleañero, Alessandro, es mi favorito en la oficina, con el que más me río y al que más bromas gasto y me gasta; además el día 20 de enero se termina su beca y su cumple era la excusa perfecta para reírnos y juntarnos un poco más todos antes de que Alessandro se vaya.
La fiesta tuvo lugar, como ya he señalado antes, en casa de otro italiano, que yo no conocía personalmente pero si que había oído hablar mucho de él por ser amigo de mis compañeros. El chico sabía español porque había estado en España de Erasmus y estaba muy contento por poder practicar el idioma con una española de verdad. Ni que decir tiene que la fiesta estaba llena de italianos, siendo una alemana (compañera de piso de otra de las invitadas a la fiesta) y yo las únicas extranjeras de aquella “pequeña república italiana independiente” que se había montado en un momento, eso sí, en ningún momento me sentí fuera de lugar sino todo lo contrario.
La fiesta fue muy divertida, italiano, español e inglés eran los idiomas a manejar indistintamente, yo ya no sabía n en que lengua me llegaba la información pero lo importante es que llegaba. Cenamos unos macarrones enormes cocinados con bacón y guisantes (estos italianos acompañan la pasta con cualquier cosa) y no paramos de reír en todo el rato, especialmente por las tonterías del cumpleañero Alessandro, mi otro compañero de trabajo Matteo y la que escribe este texto que suele ser objetivo de sus bromas, eso sí, al final se las termino dando yo con queso a ellos, lo que hace el asunto más divertido. El caso es que estábamos ahí todos contentos cuando de repente entró en la cocina otro italiano que nadie conocía. Hago aquí un paréntesis para explicar que la casa es la típica casa belga, muchas habitaciones que comparten una cocina y un par de baños donde normalmente los inquilinos no se suelen conocer. El chico entró al oír el jolgorio y como era italiano, a todos les entró el sentimiento patriótico de acoger al compatriota y le invitaron a unirse a nuestra fiesta.
El chico con una media sonrisa, tomó asiento y comenzaron las presentaciones. A pesar de ver que no todos eran italianos, él comenzó a hablar en su lengua materna, tan rápido que yo solo pude entender algo así como que estaba trabajando para el Parlamento siendo el asistente de un Eurodiputado. Luego empezó a explicar quién era el afortunado político pero ahí si que no me enteré de nada, solo sé que cuando dijo el nombre de su jefe, todos los asistentes se quedaron mudos, incluso los corrillos que se habían formado a parte y que hablaban de sus cosas se quedaron petrificados y sin saber que decir. Yo pensé que quizá fuera un señor muy importante y que por eso a todos les extrañó, algo así como si irrumpiera de repente en mi cumpleaños el asistente de Rajoy, yo también me quedaría parada. Matteo incluso tuvo un ataque de calor, se despojó de su jersey verde y se marchó a la cocina un poco “encendido”, algo pasaba. Alguien rompió el silencio y la fiesta continuó, pero a mí ya me había salido la vena periodista y no podía quedarme sin saber quién era ese chico así que aprovechando que quería una coca-cola fui a la cocina donde Matteo me agarró por los hombros y dándome un medio empujón me metió en la cocina y cerró la puerta muy enfadado.- ¿Sabes quién es ese chico?, negué con la cabeza, -es el asistente de Matteo Salvini, un eurodiputado de la Liga Norte, un grupo racista italiano que…y comenzó a explicarme rápidamente parte de las “joyitas hechas y dichas” por señor y sus compañeros de partido. Mientras Matteo me contaba todo esto yo no paraba de escuchar los “Porca Troia” y “Cazzo que otros italianos que estaban también en la cocina repetían constantemente. Fue entonces cuando comprendí la reacción de todos, en Bruselas no hay sitio para comportamientos racistas porque todos somos extranjeros.
De todas maneras, y a pesar del shock de los italianos asistentes a la fiesta por no compartir las ideas de la Liga Norte y ser todos contrarios a ella la fiesta siguió su ritmo con el bullicio y las risas con las que había comenzado: cantamos Raffaella Carra y me enseñaron un estúpido baile llamado “la danza della Panza” del que añado el link para que lo veáis en Youtube http://www.youtube.com/watch?v=StqanmZg5_M. Aun me estoy preguntando cómo no fue en su día exportado a España como estúpida canción del verano porque es del más puro estilo Georgie Dann o Leonardo Dantes. Para mí no tuvo ningún significado compartir asiento con un asistente de una persona que utiliza camisetas en las que se puede leer “Más ron y menos gitanos” y que es Eurodiputado y no cree en la Unión de Europa, ni siquiera cree en al de su propio país pues reclamaba la independencia del norte de Italia pero me parece una historia curiosa, una de esas cosas que a mí solo me pasan cuando doy vueltas por ahí.