El año pasado dediqué una entrada a la lluvia, concretamente al horror que
me dan los días lluviosos, eso sí, todo perfectamente argumentado que no me
gusta a mí juzgar así como así. Odiaba este fenómeno meteorológico porque no
conocía otro peor, mi experiencia cognitiva se limitaba a dos: lluvia-sol, el
centro de España no da para más. Puede haber un poco de aire, ya sea frío o
caliente, en verano hasta calima, o puede, como pasa casi siempre que ni aire
ni nada. La primera vez que vi nevar tenía doce años y me emocioné tanto que
escribí una carta a mi abuela, que en esos momentos vivía en Alicante, para
decirle que estaba nevando. Indescriptible la alegría que me dio ver que la
nieve había cuajado un poquito, por eso, me ofrecí voluntariamente a ir a
comprar el pan para poder pisar la nieve. En cuanto puse un pié en el suelo me
resbalé y me caí al más puro estilo Bambi, en ese momento aprendí que la nieve
y yo NO, que a lo mejor para un ratito, para pasar un día, pero nada más.
Durante todos estos años la nieve no me ha molestado mucho, solo un par de
veces como el día de la gran nevada que colapsó Madrid durante toda una mañana
hace un par de inviernos y poco más. Incluso aquí en Bruselas el invierno
pasado quiso ser bueno conmigo y solo nevó un día, eso sí una grandísima nevada
que nos tuvo con nieve por el suelo una semana, pero bueno.
Pero este año no iba a ser tan
afortunada, “el General Invierno” como decían los rusos me ha declarado la
guerra abiertamente y llevamos con fríos imposibles y nieves casi todo el mes
de enero. Las nevadas no son como las españolas, que duran tres ratos, no, aquí
la nieve dura una semana (o dos) en el suelo y se congela y ya no sabes si
caminas o patinas. Para más INRI, aquí tampoco están preparados para la nieve y
casi no echan sal, ni hay quita nieves
ni narices, la nieve la retiran los coches o los viandantes, ya sea con los
pies o con el mismísimo trasero.
Otra de las razones por las que odio la nieve es porque no puedo apenas
salir de mi casa, como hace tanto frío no se donde ir, además a pesar de llevar
gorro se me hielan las orejas y la nariz, las botas me resbalan y las únicas
que tengo que agarran bien en la nieve son las de agua con las que se me quedan
los pies tiesos de frío aunque lleve calcetines de piel de oso. Por descontado
que tampoco puedo ir a correr porque si las calles están repletas de nieve el
parque ya ni os cuento, y toda esa inactividad se traduce en frustración y/o
mala leche. Fátima me dice que yo soy una persona que tiene mucha energía y que
necesita estar siempre haciendo algo para poderla quemar, esa es su manera de
explicar que me vaya a trabajar, al
volver me de un paseo hasta el centro para hacer la compra, vuelva, me vaya a
correr, me duche y salga a tomar algo. Todo esto rapidito para más o menos
cumplir con todas mis horas y poder estar a tiempo en casa para cenar e irme a
dormir a partir de medianoche. Yo no sé si es energía de más o que mis
antepasados eran nómadas del desierto del Kalahari, el caso es que a mí estar
parada me mata y por la estúpida nieve llevo casi un mes yendo de casa al
trabajo y del trabajo a casa por lo que estoy como los toros. Sumemos a eso las
tonterías de “Morro Retorcido”, la alergia a la limpieza y a cambiar el rollo
de papel higiénico de mi compañera de piso y el estupendísimo parte
meteorológico que se empeña en mostrarme cada día que el invierno no ha
terminado y así, podremos encontrar la explicación de porqué hoy me gustaría
ser un oso para dormir hasta primavera, merendarme a morro retorcido nada más
despertar para que no vuelva a dar la lata y holgazanear por el bosque con el
buen tiempo sin molestarme de cambiar el rollo de papel higiénico porque a los
osos no les hace falta.
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