PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



domingo, 21 de octubre de 2012

TARDE EN EL NOVENO PISO


Como os comentaba en la entrada anterior, fue un fin de semana peculiar, uno de esos en los que no me acuerdo de volver a España y en los que pienso que algún día echaré de menos todas esas tonterías que solo me pasan aquí.
 
El sábado, entre pitos y flautas (nunca mejor dicho) me acosté tarde y el domingo tuve que levantarme temprano para preparar una tortilla de patata porque me habían invitado a una comida. En un principio la comida iba a ser en casa de Joanna, con una exquisita selección de personas: Javi (mi antiguo compañero de piso), Joanna y yo. Pero como Javi se ha tenido que mudar porque solo estaba en mi casa por dos meses decidió que se hiciera en su casa y así invitar a más gente con la que tenía compromiso. Fuera en un sitio o en otro la tortilla me tocaba hacerla.
 
Javi fiel a sus costumbres dejó para el último momento fijar la hora de la comida, así supimos a la 13:30 que teníamos que estar en su nueva casa a las 14:00. Esa es la faceta de Javi que me crispa los nervios y nos hace discutir millones de veces. Cuando llegamos a la casa nos encontramos a Javi y a su amigo Daniele haciendo lasaña y a más gente que él conoce alrededor, hablando en la cocina y mirando como los otros dos cocinaban al más puro estilo albañiles en una obra, uno curra y el resto mira y da órdenes. Como la confianza da mucho asco, le canté las cuarenta a Javi por no tener la comida preparada y dejar todo para última hora  Había bastante gente y para mi sorpresa solo una española, aunque luego llegaron más. Aun no se por qué pero creo que a esa española no le caí muy bien porque no había terminado de abrir el bote de coca-cola cuando empezó a martillearme con preguntas : quien era yo, de que conocía a Javi, donde trabajaba, como, por qué, cuando había llegado a Bruselas… dicho así puede parecer que son preguntas de cortesía como las que constantemente te hace la gente en esta ciudad en cuanto te sienta a su lado, pero el tono, ese tonillo de españolita listilla con aire de suficiencia, que llegó a Bruselas hace un par de años justo antes de que en España explotara todo, consiguió un buen trabajo y ahora se cree más belga que Tintín. Sinceramente me estaba hartando un poco porque no me estaba dejando comer las patatas tranquilamente que era lo que yo quería. Pacientemente aguante que me mirara raro porque le dije que yo era becaria. No se me borró la sonrisa cuando me contó que había estado liada con dos compañeros míos de trabajo también españoles (cosa que a mí me importaba un pimiento) y respiré hondo cuando me dijo que ella ya sabía que en España pasaría lo que está pasando (ahora resulta que todo el mundo lo sabía) y que aquí hay mucha gente de comunicación y que lo  tengo complicado y…ya me tocó las narices así que le dije que yo estaba aquí porque estaba terminando mi tesis doctoral y que necesitaba entrevistar a gente que estaba aquí y documentos de aquí y que el ser becaria era por sacarme un dinerillo extra porque lo podía compaginar pero que pronto podría llamarme doctora, y tras esa verdad a medias y sin dejar de sonreír agarré mi bote de coca-cola y me acerqué a ver como iban Javi y Joanna con la comida :
-Ahora vuelves a por más, listilla-, fue lo único que pensé en ese momento.
Pero listilla no se dio por vencida, como la comida se estaba retrasando porque había más cosas que preparar los que no cocinábamos fuimos picoteando algo. Cuando destapé mi tortilla de patata listilla arrugó el morro y preguntó:
-¿Tiene cebolla?-
-Sí pero poca, casi no se aprecia el sabor-
-Todos decís eso y luego sabe muchísimo a cebolla-
-Pues no la comas si no quieres, a mí me gusta-
-Así comemos nosotras más porque nos gusta mucho- exclamaron Joanna y Eli casi a la vez.
Listilla probó la tortilla y me dijo q no estaba mal pero que sabía a cebollas, a lo que la contesté que lo raro sería que supiera a puerro.
Llegó el momento de la lasaña, Javi no había escuchado los consejos de Joanna de preparar dos porque tenían obleas cocidas para dos lasañas y éramos muchos por lo que Javi y yo nos quedamos con unos trozos que daban risa de lo pequeños que eran, Javi porque era el anfitrión y yo porque a lasaña me sienta mal al estomago porque es muy fuerte, además Joanna había hecho tarta de queso con nutella y prefería un trozo grande de tarta. Listilla no puso objeción a mi trozo pequeño de tarta pero cuando Joanna riendo me preguntó que si de tarta quería un trozo grande o pequeño y le dije que grande (lo grande que puede ser un trozo de una tarta de tamaño normal para más de diez personas), listilla se rió y empezó a hacer comentarios tontos. Después Javi trajo melón y me preguntó que si quería porque sabía de sobra q después de la tarta no querría melón pero le encanta preguntarme que si quiero fruta y prepararme un plato y plantármelo en la cara aunque le diga que no. Ante mi negativa listilla añadió: -claro como va a querer después de que ha sido la que se ha comido el trozo más grande de tarta. Yo estaba pensando que ella era un albondigona y que por eso se había comido la lasaña, la tarta, las patatitas, los palitos de no se qué, la cerveza…pero no dije nada, solo miré a Javi, me reí y le dije en broma que me pusiera el melón en un tupper para luego.
Como tenía saturación de listilla y hacía solecito la gente comenzaba a dispersarse y hablar en pequeños corros o jugar al “guitar Hero”, hice un gesto a Joanna para que saliéramos a la terraza a tomar el sol. Era un noveno piso y las vistas increíbles. De repente apareció uno de los nuevos compañeros de piso de Javi, un chico escocés, que alegremente no a  Joanna y a mí que si éramos españolas. Yo contesté con mi orgullo patrio que sí y entonces y empezó la conversación sobre España, diferencias entre norte, centro y sur y esas cosas. De repente el chico desapareció y volvió con dos copas de whisky escocés, así porque sí y sin hielo. Nos ofreció las copas con una sonrisa y tras excusarme alegando que por mis raíces españolas lo mío eran la cerveza y la sangría acepté a compartir una copa con Joanna por no hacer el feo. El fuego escocés me quemó la garganta y las tripas por lo que pedí un hielo al causante de mi malestar:
-Me encanta tu acento- gritó una anglo-holandesa, -es muy bonito-.
Nunca me habían dicho antes que mi acento español hablando inglés era “cute” así que me senté con la susodicha y una alemana a hablar de acentos. Javi se unió pronto a la conversación y en cuanto los acentos pasaron a irse por otros derroteros yo me escapé a pasar el testigo de la copa de whisky a Joanna porque aun con hielo eso era demasiado para mí. Joanna estaba en la cocina así que la esperé asomada a la terraza pensando qué que hace una torrijeña en Bruselas, a las cuatro de la tarde con una copa de whisky escocés en la mano asomada a la ventana de un noveno piso. De repente llegó Joanna:
-si alguien se tira desde está terraza quizá caiga encima del árbol y no pase nada- dijo sonriendo.
 Dejé la copa en la mesita de la terraza  y empujando suavemente a Joanna al interior del piso lejos de barandillas y alturas decidí que ya era demasiado por ese día y que había llegado el momento de irnos a casa.

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