Como os comentaba en la entrada anterior, fue un fin de semana peculiar,
uno de esos en los que no me acuerdo de volver a España y en los que pienso que
algún día echaré de menos todas esas tonterías que solo me pasan aquí.
El sábado, entre pitos y flautas (nunca mejor dicho) me acosté tarde y el
domingo tuve que levantarme temprano para preparar una tortilla de patata
porque me habían invitado a una comida. En un principio la comida iba a ser en
casa de Joanna, con una exquisita selección de personas: Javi (mi antiguo
compañero de piso), Joanna y yo. Pero como Javi se ha tenido que mudar porque
solo estaba en mi casa por dos meses decidió que se hiciera en su casa y así
invitar a más gente con la que tenía compromiso. Fuera en un sitio o en otro la
tortilla me tocaba hacerla.
Javi fiel a sus costumbres dejó para el último momento fijar la hora de la
comida, así supimos a la 13:30 que teníamos que estar en su nueva casa a las 14:00.
Esa es la faceta de Javi que me crispa los nervios y nos hace discutir millones
de veces. Cuando llegamos a la casa nos encontramos a Javi y a su amigo Daniele
haciendo lasaña y a más gente que él conoce alrededor, hablando en la cocina y
mirando como los otros dos cocinaban al más puro estilo albañiles en una obra,
uno curra y el resto mira y da órdenes. Como la confianza da mucho asco, le
canté las cuarenta a Javi por no tener la comida preparada y dejar todo para
última hora Había bastante gente y para
mi sorpresa solo una española, aunque luego llegaron más. Aun no se por qué
pero creo que a esa española no le caí muy bien porque no había terminado de abrir
el bote de coca-cola cuando empezó a martillearme con preguntas : quien
era yo, de que conocía a Javi, donde trabajaba, como, por qué, cuando había
llegado a Bruselas… dicho así puede parecer que son preguntas de cortesía como
las que constantemente te hace la gente en esta ciudad en cuanto te sienta a su
lado, pero el tono, ese tonillo de españolita listilla con aire de suficiencia,
que llegó a Bruselas hace un par de años justo antes de que en España explotara
todo, consiguió un buen trabajo y ahora se cree más belga que Tintín.
Sinceramente me estaba hartando un poco porque no me estaba dejando comer las
patatas tranquilamente que era lo que yo quería. Pacientemente aguante que me
mirara raro porque le dije que yo era becaria. No se me borró la sonrisa cuando
me contó que había estado liada con dos compañeros míos de trabajo también
españoles (cosa que a mí me importaba un pimiento) y respiré hondo cuando me
dijo que ella ya sabía que en España pasaría lo que está pasando (ahora resulta
que todo el mundo lo sabía) y que aquí hay mucha gente de comunicación y que
lo tengo complicado y…ya me tocó las
narices así que le dije que yo estaba aquí porque estaba terminando mi tesis doctoral
y que necesitaba entrevistar a gente que estaba aquí y documentos de aquí y que
el ser becaria era por sacarme un dinerillo extra porque lo podía compaginar
pero que pronto podría llamarme doctora, y tras esa verdad a medias y sin dejar
de sonreír agarré mi bote de coca-cola y me acerqué a ver como iban Javi y
Joanna con la comida :
-Ahora vuelves a por más, listilla-, fue lo único que pensé en ese momento.
Pero listilla no se dio por vencida, como la comida se estaba retrasando
porque había más cosas que preparar los que no cocinábamos fuimos picoteando
algo. Cuando destapé mi tortilla de patata listilla arrugó el morro y preguntó:
-¿Tiene cebolla?-
-Sí pero poca, casi no se aprecia el sabor-
-Todos decís eso y luego sabe muchísimo a cebolla-
-Pues no la comas si no quieres, a mí me gusta-
-Así comemos nosotras más porque nos gusta mucho- exclamaron Joanna y Eli
casi a la vez.
Listilla probó la tortilla y me dijo q no estaba mal pero que sabía a
cebollas, a lo que la contesté que lo raro sería que supiera a puerro.
Llegó el momento de la lasaña, Javi no había escuchado los consejos de
Joanna de preparar dos porque tenían obleas cocidas para dos lasañas y éramos
muchos por lo que Javi y yo nos quedamos con unos trozos que daban risa de lo
pequeños que eran, Javi porque era el anfitrión y yo porque a lasaña me sienta
mal al estomago porque es muy fuerte, además Joanna había hecho tarta de queso
con nutella y prefería un trozo grande de tarta. Listilla no puso objeción a mi
trozo pequeño de tarta pero cuando Joanna riendo me preguntó que si de tarta quería
un trozo grande o pequeño y le dije que grande (lo grande que puede ser un
trozo de una tarta de tamaño normal para más de diez personas), listilla se rió
y empezó a hacer comentarios tontos. Después Javi trajo melón y me preguntó que
si quería porque sabía de sobra q después de la tarta no querría melón pero le encanta
preguntarme que si quiero fruta y prepararme un plato y plantármelo en la cara
aunque le diga que no. Ante mi negativa listilla añadió: -claro como va a
querer después de que ha sido la que se ha comido el trozo más grande de tarta.
Yo estaba pensando que ella era un albondigona y que por eso se había comido
la lasaña, la tarta, las patatitas, los palitos de no se qué, la
cerveza…pero no dije nada, solo miré a Javi, me reí y le dije en broma que me
pusiera el melón en un tupper para luego.
Como tenía saturación de listilla y hacía solecito la gente comenzaba a
dispersarse y hablar en pequeños corros o jugar al “guitar Hero”, hice un gesto
a Joanna para que saliéramos a la terraza a tomar el sol. Era un noveno piso y
las vistas increíbles. De repente apareció uno de los nuevos compañeros de piso
de Javi, un chico escocés, que alegremente no a Joanna y a mí que si éramos españolas. Yo contesté
con mi orgullo patrio que sí y entonces y empezó la conversación sobre España,
diferencias entre norte, centro y sur y esas cosas. De repente el chico
desapareció y volvió con dos copas de whisky escocés, así porque sí y sin
hielo. Nos ofreció las copas con una sonrisa y tras excusarme alegando que por
mis raíces españolas lo mío eran la cerveza y la sangría acepté a compartir una
copa con Joanna por no hacer el feo. El fuego escocés me quemó la garganta y
las tripas por lo que pedí un hielo al causante de mi malestar:
-Me encanta tu acento- gritó una anglo-holandesa, -es muy bonito-.
Nunca me habían dicho antes que mi acento español hablando inglés era “cute”
así que me senté con la susodicha y una alemana a hablar de acentos. Javi se
unió pronto a la conversación y en cuanto los acentos pasaron a irse por otros
derroteros yo me escapé a pasar el testigo de la copa de whisky a Joanna porque
aun con hielo eso era demasiado para mí. Joanna estaba en la cocina así que la
esperé asomada a la terraza pensando qué que hace una torrijeña en Bruselas, a
las cuatro de la tarde con una copa de whisky escocés en la mano asomada a la
ventana de un noveno piso. De repente llegó Joanna:
-si alguien se tira desde está terraza quizá caiga encima del árbol y no pase
nada- dijo sonriendo.
Dejé la copa en la mesita de la
terraza y empujando suavemente a Joanna
al interior del piso lejos de barandillas y alturas decidí que ya era demasiado
por ese día y que había llegado el momento de irnos a casa.
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