El miércoles por la
tarde (cuando oficialmente empezaba el puente) empecé a arrepentirme de mi
decisión de no volar a España, tenía cuatro días por delante y ni idea de lo
que podía hacer, así que me empecé a poner nerviosa y a imaginarme a mí misma
estudiando el examen de francés que tenía el lunes siguiente y era un plan que
no me gustaba mucho. Pero todo cambió cuando abrí mi facebook y encontré un
mensaje de Estefanía, una chica española que estudió holandés conmigo en la
universidad y que vive en un pueblecito en Flandes. Estefanía me contaba que
por motivo del watersportdag (día de los deportes de agua), los clubes de
deportes acuáticos de la parte flamenca de Bruselas hacían jornada de puertas
abiertas, que ella iba a ir con sus amigos a hacer windsurf y que era
bienvenida. Como con Estefanía lo paso muy bien y a sus amigos ya les conozco
de su cumpleaños (historia que contaré en otra ocasión) me apunté sin pensármelo
dos veces.
La noche del miércoles
pasó como una más viendo un concierto y tomando unas cervezas que para eso
estamos en la capital de la cerveza, digo de Europa. El jueves tocó billar, el
lunes estudiar, no penséis que no lo hice y por fin llegó el sábado y con él mi
debut en el mundo del windsurf.
Me levanté temprano,
brillaba el sol y eso me hizo sentir muy feliz, me puse mi bañador y me fui
derechita a la estación para coger un tren hasta un pueblo flamenco llamado
Aarst donde me esperaban Estefanía y su novio Davy. Pasamos por casa de uno de
sus amigos a recoger al resto y nos dirigimos al lago donde tendría lugar la
jornada windsurfera. No puedo describir con palabras la alegría que me dio
llegar al lago, me acordé del pantano de
Burguillos y del río Alberche, hasta las carreteras que llevaban a él me
hacían sentir como en casa, la jornada no podía empezar mejor.
El lago no era muy
grande, frente a él había como una especie de bar y un pequeño almacén donde
los miembros del club guardan la ropa, las tablas, velas, etc. Nos comimos un sándwich
y fuimos a que nos prestaran un neopreno y los zapatos de agua para subir en la
tabla. Muertos de risa por las pintas que teníamos nos acercamos donde estaban
los monitores, de los que dudo que llegaran a 18 años, para que nos explicaran
lo que teníamos que hacer. Fue ahí donde comenzaron mis problema y me vi inmersa
en la primera situación ridícula del día…
En la parte flamenca la
gente no habla francés sino flamenco, el monitor miró mi pinta de extranjera y
me preguntó en su lengua materna que si le entendía, a lo que Estefanía se
apresuró a contestar que no pero que no había problema porque ella haría de
interprete. El chico sonrió y comenzó con su explicación que fue perfectamente
traducida por Fani y Davy que también habla español. Pero la situación me
estaba poniendo un poco nerviosa porque allí entre tanto extranjero la
extranjera era yo y me había convertido una vez más en el mono de feria, a
quien todo el mundo miraba a ver que hacía, las caras que ponía o cómo
reaccionaba ante la explicación por lo que no me enteré muy bien a pesar de la
traducción. Una vez que terminamos nos fuimos al agua, de camino confesé a Estefanía
que no me acordaba de nada y me dijo que ella tampoco mucho así que lo mejor
sería ponernos cerca e ir intentando las dos a la vez.
El agua estaba muy
fría, así que me di bastante prisa en subirme a la tabla, una vez encima había
que ponerse en cuclillas lo más cerca posible del mástil, quedando éste entre
los dos pies. Después había que ir levantándose lentamente a la vez que se
izaba la vela…parece fácil pero no lo es porque si tu cuerpo no forma con el
mástil el ángulo apropiado pierdes el equilibrio y te caes…y eso fue justo lo
que nos pasó a nosotras. Yo fui la primera en caer y a Estefanía le debió dar
envidia y fue detrás. El contacto de todo mi cuerpo con el agua fue mortal,
estaba muy, muy fría y sentía como se me
cortaba la respiración, como cuando te bañas en los ríos de la sierra. Por eso
no tarde nada en subirme otra vez a la tabla y repetir la operación y cuando
digo repetir, es porque lo hice exactamente igual de mal que la primera vez y
me volví a caer. Tras varios intentos fallidos, uno de los monitores, un chico guapísimo
vino y en inglés me dijo que si necesitaba ayuda. No me gusta mentir así que le
confesé que no me había enterado de la explicación y muy amablemente, se subió
su neopreno (tenía la parte de arriba bajada para lucir el estupendo cuerpo que
te deja el windsurf y supongo que para coger un poco de sol) y no dudó en
meterse en el agua para sujetarme la tabla y explicarme todo el proceso. Con su
ayuda, no solo aprendí a izar la vela sino a mantenerme en la tabla e incluso a
cambiar de dirección. Antes de todo eso me caí muchas veces más, porque claro,
una vez que me puse de pie la tabla se movía con el viento y el monitor se me
quedaba atrás, entonces no podía ver su
explicación de cómo tenía que poner los pies para girar, volvía la cabeza,
perdía el equilibrio y me caía…finalmente lo conseguí e hice pasar al chico un
buen rato porque no paró de reírse digamos que conmigo (no quiero pensar que de
mí) en todo momento.
Una vez que ya supe los
pasos básico me dediqué a windsurfear despacito por el lago, a veces me iba
hacía alguna orilla, me liaba al torcer, torcía hacía el lado que no quería y
me tenía que tirar otra vez al agua y dar la vuelta a la tabla de forma manual.
En otra ocasión unos niños expertos windsurfistas trataron de indicarme sin
éxito como ir más rápido y digo sin éxito porque mientras miraba su explicación
de colocación de manos en el mástil me volví a caer y los pobres lo dejaron por
imposible. Estuvimos una hora larga en el lago pero a mí se me hizo cortísimo,
me olvidé de todo, solo concentrada en lo que tenía que hacer, creo que por eso
me gustó tanto, hacía mucho que no encontraba una actividad que me hiciera olvidarme
de mis preocupaciones. Además, me sentía como en España con el sol y el agua,
también como el neopreno calienta el cuerpo ya no me acordaba de que hacía un
pelín de frio, era perfecto. La vuelta a
la orilla la hice en lancha porque a los que estábamos lejos nos recogían de
esta manera para ganar tiempo, me gustó también la lancha, nunca había subido
en ninguna y el paseíto por el lago con el monitor guapo no estuvo nada mal.
Una vez que todos estuvimos
fuera del agua devolvimos el equipo y nos tomamos una cervecita al sol. Cuando
unas horas más tarde llegué a casa me di cuenta de lo cansada que estaba por no
hablar de las agujetas que me estaban empezando a aparecer en los brazos, de
todos modos, no me importó había sido un día estupendo y la toma de contacto
con el windsurf había sido muy buena, aunque me pase más rato en el agua que
encima de la tabla, eso sí, no descarto aficionarme a este deporte en un futuro
no muy lejano.