Creo que antes de empezar a relatar mi historia tengo que pedir disculpas a mis lectores por haberles fallado durante este mes de marzo. Como la gran mayoría estáis en contacto conmigo, sabéis que he estado de visita en España un par de veces, que luego a la vuelta he tenido la depresión post-regreso y el comienzo de un nuevo trabajo y eso me ha dejado un poco apartada de la escritura aunque no de las anécdotas, así que, una vez presentadas mis disculpas (que de sobra sé que me las habéis aceptado) comienzo con el relato de una nueva…martada, que es el nombre que le doy a esas cosas que me pasan solo a mí y, lamentablemente, esta es una de ellas.
Como ya os he dicho, el mes de marzo fui mucho a España y eso me obligó a faltar tres días a clase de francés. Las vacaciones de Semana Santa estaban por llegar y aunque en internet viene un horario con los días que empiezan las vacaciones y todo eso, el lunes pasado no estaba señalado como día no lectivo así que allá que fui toda contenta a clase de francés. El nuevo trabajo me pilla un pelín lejos así que lo que hice fue salir un poco antes y entrar en el Carrefour a comprarme una barrita de pan para la cena (que aquí cierran las tiendas a la hora de las gallinas y cuando salgo de clase está cerrado) y una bolsa de M&M´s para la merienda porque como estos europeos comen tan pronto, a las seis de la tarde no me suelo ni acordar de donde tengo ya la comida. Con una sonrisa de oreja a oreja por mis M&M´s (tengo que confesar que me producen un enorme e indescriptible efecto de felicidad solamente comparable al que me provoca la coca-cola) me dirigí como buena estudiante a las clases de francés.
Cuando llegué me encontré el instituto vacío pero con la puerta abierta así que subí a la clase pensando que al ser un día en vísperas de las vacaciones de Semana Santa mucha gente faltaría por lo que con un poco de suerte seríamos muy poquitos en clase y la profesora repetiría la lección del lunes anterior y así no perdería el hilo. Esperé diez minutos y allí no apareció nadie así que bajé al primer piso que es donde están puestos todos los anuncios por si había algo de las vacaciones. Estaba yo toda concentrada leyendo los anuncios del tablón (me interesasen o no) cuando me sonó el móvil; era mi amiga Fátima para preguntarme por mi primer día de trabajo y contarme las anécdotas de su mudanza. Estuvimos hablando un ratillo en el que no dejé de mirar a la puerta de entrada por la que seguía sin ni salir un alma. Cuando terminamos de hablar y colgué el teléfono, me dirigí a la puerta para irme a mi casa y disfrutar la tarde de solecito y buen tiempo que hacía y que no suelen abundar en Bruselas pero…la puerta no se abría, tiré y retire, de una puerta, de otra y nada, estaba encerrada en la escuela. Esa pesadilla infantil de quedarte encerrada en el colegio se estaba haciendo realidad, no podía creerlo, porque es una cosa que he soñado bastante de pequeña y no me gustaba nada. Sin perder los nervios, toqué una llave de la luz por si estaba conectada por la puerta o algo, pero no hubo suerte, eso sí, me mosqueó que hubiera corriente eléctrica y que una puerta de estas de cristal que se abren cuando te pones enfrente siguiera funcionando pero aun así, yo seguía estando encerrada por lo que me puse a dar golpecitos en el cristal cuando pasaba gente a ver si alguien me oía, me veía y me ayudaban a salir. Me sentía como un mono en un zoo, ahí encerrada entre dos cristaleras y la gente pasando por la calle. Al tercer intento un hombre me vio, le expliqué que estaba encerrada y por gestos me dijo que me esperara que volvía enseguida, así que, eso fue lo que hice, esperar, y he de reconocer que lo único que pensaba mientras esperaba era que bueno, que si no me podían sacar no pasaba nada porque tenía en el bolso mi barrita de pan y había una máquina de coca-cola en frente de los tablones de anuncios, así que, sin cenar no me iba a quedar. Me da un poco de vergüenza admitir que en lo único que pensé en ese momento fue en la cena pero es lo que hay.
Pasados unos diez o quince minutos apareció el hombre al que había pedido ayuda acompañado de dos policías, como la comisaría está muy cerca de la escuela, se conoce que fue allí a pedir ayuda. Tras agradecérselo a través de un gesto con el pulgar le vi alejarse calle abajo, al igual que también vi la cara que se les quedó a los policías cuando me vieron ahí encerrada. Les dio la risa pero no se querían reír lo que daba como resultado un gesto de risa contenida que me hizo reír a mí mientras les explicaba que no sabía cómo me había quedado ahí, mi sensación de mono de feria aumentó en esos momentos. Se miraron sin saber bien qué hacer hasta que uno de ellos sacó el móvil para hacer una llamada pero, no hizo falta, porque del pasillo de la planta baja surgió el conserje de la escuela que había ido a hacer no se qué y había cerrado por dentro. Me miró extrañado y observó a la policía, rápidamente le conté la historia y le dije que yo no había llamado a los agentes que había sido un hombre que pasaba por la calle. Tras escuchar mi relato tanto el conserje como los policías se empezaron a reír, el conserje me dijo que eran vacaciones y que no había clase que por eso estaba todo cerrado. Muerta de vergüenza reanudé mi camino a casa bastante contenta ya no solo cenaría pan y coca-cola si no que lo podría acompañar de una riquísima ensalada.
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