Este nombre tan raro que veis escrito en el título de esta entrada es, nada más y nada menos lo que en Español conocemos como Aquisgrán, en holandés Aken y en francés Aix-la-Chapelle (estos franceses…). El caso es que este fue el destino que elegimos el sábado pasado para ir a pasar el día, perdernos por sus calles y visitar sus mercadillos navideños. Es lo que tiene Bruselas, una se levanta una mañana y dice: yo creo que me voy a ir a Alemania a pasar el día, o a Francia, bueno quizá Holanda…coge el tren y en más o menos una hora ya está en uno de esos países.
En este caso la excursión había sido planificada con un par de días de antelación y el viaje no fue en tren sino en coche. El grupo de excursionistas era bastante curioso: dos holandeses (el conductor y su amigo) y tres españolas. He de destacar que yo a los holandeses apenas les conocía, trabajan con mis amigas y aunque con el conductor había coincidido en alguna fiesta, al copiloto era la primera vez que lo veía. En todo caso, cuando estas lejos de casa “los amigos de mis amigos son mis amigos”, un poco lío, pero así es, así que ahí iba yo en el coche como la que más dispuesta a pasar el día en el país vecino.
Todos llevábamos en mente que el idioma oficial del viaje fuera el inglés, por ser el único idioma con el que todos podíamos entendernos pero… tres españolas juntas, en la parte trasera de un coche no pueden aguantar mucho hablando inglés entre ellas, mucho menos si quieres hablar de ropa, peluquería y maquillaje; menos aun si la idea es idear un plan para ver como engañas a dos chicos para que entren en una tienda de cosméticos que en Alemania son muy baratos. Los pobres holandeses al escuchar que en la parte trasera del coche se estaba cociendo algo en español cambiaron ellos también a su lengua materna, el neerlandés, para seguir hablando de coches y bicicletas (al menos esos nos dijeron) ajenos los pobres, al destino “cosmetiquil “que estábamos planeando para ellos.
Fue un viaje bastante divertido con mezcolanzas idiomáticas e intentos par parte de unos y otros por entablar en inglés una conversación conjunta que la mayoría de las veces se veía truncada por el amor que los españoles tenemos hacía nuestra lengua materna.
A medio día llegamos a Aquisgrán, aparcamos el coche y nos dirigimos a uno de los mercadillos navideños tal y como habíamos planeado. Pasamos por la catedral y por los restos de una muralla y finalmente llegamos a nuestro destino donde probamos las tradicionales salchichas alemanas (Bratwurst) y el GlühWein (vino caliente) muy típico en Navidad en el Norte de Europa. Como ya teníamos a los chicos con el estomago lleno, era el momento de llevarlos a por nuestros maquillajes y así lo hicimos. Fuimos andando hacía una calle muy adornada, llena de gente y tiendas, al más puro estilo “Calle Preciados”; en cuanto divisamos la tienda objetivo, la más dicharachera de mis amigas (también toledana, de hecho en España vivimos en el mismo pueblo) puso carita de buena y con una voz entre melosa y maliciosa exclamó: “Eih Guys…we want to go in because we would like to buy some make ups”. Yo me empecé a reír seguida de los pobres holandeses que nos miraron con resignación pero que sin decir ni pío, accedieron a nuestros deseos. Pero aquí no acaba la cosa porque los pobres tuvieron que hacernos de traductores ya que nosotras no sabemos alemán y ellos sí y necesitábamos saber para qué tipo de pieles eran las cremas o si los productos desmaquillantes eran o no waterproof. Eso sí, ni una mala cara, ni una queja sino que cuando ya consideraron que habían visto demasiado, que no necesitábamos más su ayuda y comprarse un par de peines (ya que estaban allí) nos esperaron fuera. Entonces nuestra conciencia empezó a hacer de las suyas y como ya teníamos en nuestras manos nuestro ansiado botín, decidimos seguir viendo la ciudad.
Cerca de las seis de la tarde fuimos a tomarnos una cervecita alemana (las belgas las tomamos siempre que queremos) y emprendimos el viaje de regreso que fue aun más divertido que el de ida porque después de pasar el día juntos todos teníamos más confianza y estábamos más sueltos. Nuestros guías hicieron un alto en el camino en medio del bosque para enseñarnos una piedra que es el punto de unión entre Alemania, Holanda y Bélgica. Nos hicimos la foto de rigor y tonteamos un rato saltando de un país a otro.
Ya en Bélgica decidimos poner punto y final a nuestro multicultural día cenando una pizza italiana y tomando unas cervezas belgas, ocasión que aprovecharon nuestros compañeros para enseñarnos a abrir botellines con un periódico; sí, es posible, yo tampoco lo creí hasta que lo vi y es una lección que merece la pena aprender y muy útil por si tenemos que abrir botellas y no hay abridores a mano. He de confesar que yo no lo conseguí.
Llegué a casa cansada y contenta; había estado en otro país, probado comidas y bebidas diferentes, practicado idiomas, aprendiendo cosas práctica y tenía mis ansiados pintauñas…¡qué más podía pedir!.