La semana pasada mi jefe me llamó a su despacho y me dijo que teníamos que preparar la fiesta de Navidad de la empresa. Había que buscar un local para unas cincuenta personas y mirar presupuesto de comida y bebida, todo así en plan cóctel porque ya sabemos que a los europeos les gusta más el rollo ese de picoteo y música de piano que sentarse a comer en condiciones, hablar alto y reír como solemos hacer en España en nuestras cenas o comidas de empresa navideñas. El caso es que ni corta ni perezosa me dirigí a realizar la tarea que me había sido encomendada yendo a hablar con los responsables de los posibles sitios y dedicándoles la mejor de mis sonrisas para que me atendieran bien y no se disparara mucho el precio porque “El Gran Jefe” había dado órdenes estrictas a mi jefe de que quería una fiesta chic sin gastarse mucho dinero (lo de siempre vaya).
En el primer sitio al que fui me atendió un chico llamado Musta (Mustafa) que era amigo de mi jefe y que nos ofreció una oferta bastante buena. Yo lo comparaba con las cenas navideñas españolas y me resultaba bastante barato; pero al “Gran Jefe” no terminaba de convencerle ese sitio y quería que siguiéramos buscando. “El Gran Jefe” es italiano así que fui a un restaurante italiano cuyo propietario tiene otro bar que era el lugar perfecto para la fiesta. Al llegar allí el manager de los camareros, un tipo muy repeinado que no podía negar sus raíces mediterráneas, me presentó al propietario quien a su vez me dijo que no hablaba ni inglés ni español, solo francés o italiano. Yo francés puedo entenderlo pero hablarlo no, así que…íbamos apañados. Cuando ya iban a empezar a entrarme los calores nerviosos, el hombre sonrió y me dijo que me esperara, fue para la cocina y apareció con una mujer bajita, gordita y muy simpática que me tendió la mano y me dio las buenas tardes con un español de acento sudamericano; era la cocinera. La expliqué lo que quería y tras hacérselo saber al dueño me pidió que volviera al día siguiente a las tres y media de la tarde que era cuando podíamos hablar tranquilos.
Cuando llegué se lo comenté a mi jefe y me dijo que al día siguiente él vendría conmigo para explicarle qué era exactamente lo que “El Gran Jefe” quería y a ver si podíamos dejarnos solucionada la papeleta de la fiesta chic-barata. Dicho y hecho esta tarde nos hemos dirigido al restaurante italiano para ver si zanjábamos el tema, con una particularidad: mi jefe solo habla alemán e inglés… Así que ahí estábamos sentados en una mesa, dos jefes con idiomas maternos tan dispares como el italiano y el alemán y dos…llamémoslo “assistants” que eran las únicas en esa mesa que se podían entender claramente. Así se desarrollaba la conversación: mi jefe me explicaba en inglés, yo explicaba a la cocinera en castellano, cocinera a su jefe en francés y con la respuesta del señor italiano lo mismo pero a la inversa. Eso parecía un chiste, ahí todos alrededor de la mesa y cada uno hablando como Dios le había dado a entender (nunca mejor dicho).
Al salir del bar mi jefe me ha dado las gracias, yo le he dicho que encantada, que me lo había pasado muy bien porque la situación había sido muy divertida, cosa que es cierta. No sé por cuál de los bares se decidirá “El Gran Jefe”, pero gracias a él y sus caprichos he descubierto mi nueva faceta, ya no solo soy: communication and social affairs assistant, además de secretaria-cogedora de teléfonos, portadora de ordenadores, compradora de leche y azafata de las conferencias que la empresa da en el Parlamento. Ahora también soy Traductora e Intérprete.