Hace un par de semanas, cuando estuve en España me compré
unos zapatos, me gusta comprarme los zapatos allí porque me parece que la
calidad es mejor, aunque, ahora ya no se…el caso que al llegar no me lo pensé
dos veces y me fui a por zapatos primaverales, en concreto me compré unos
mocasines. Hago aquí un pequeño paréntesis para avisar que odio las manoletinas
(que ahora se llaman bailarinas que suena más chic), los mocasines o cualquier
zapato de ese estilo que pueda existir, lo que pasa es que como en Bélgica el
verano tal y como lo entiende un español es algo que solo existe en sus sueños
o ven en película californianas no podemos llevar zapatos veraniegos y me veo
obligada a llevar los malditos zapatos que tanto odio.
En realidad, no sé porque tengo horror a ese tipo de
zapatos porque cuando se los veo a la gente puestos incluso me gustan pero en
mí no, siento como que no van con mi estilo, como si fuera otra persona, me
hacen bajita y me veo como redonda…no sé, que los he cogido manía y ya está.
Pero los mocasines que me había comprado me gustaban, no tenían mala calidad,
precio razonable, color veraniego…una serie de características que los hicieron
pasar por el aro de mi cabeza “odiadora” de mocasines y he de confesar que
hasta me gustaban y no me veía tan mal con ellos.
Mi primer día de vuelta al trabajo estrené mis
mocasines, perfectos, no me hacían daño, iban bien con mi ropa, todo genial.
Aguanté todo el día con ellos puestos y estaba empezando a cambiar mi concepto
sobre los zapatos de ese tipo, pero… no duró mucho la sensación. El segundo día
que me puse los zapatos todo estaba correcto por la mañana antes de salir de
casa, pero cuando llegué a la oficina me encontré con que uno se me había roto de un lado y el otro estaba empezando a
romperse de los dos lados. Ya sé que la culpa la tiene que tengo los pies muy
anchos pero yo arremetí contra el zapato acordándome de todos los zapateros del
país. ¡Cómo voy a ir con un agujero en los zapatos !, encima no me podía
volver a casa a cambiar porque trabajo muy lejos, tampoco hay zapaterías
cercanas para entrar a comprarme otras odiadas manoletinas, nada, así que empecé
a pensar cómo demonios iba a arreglar eso para que me aguantaran toda la mañana
sin pasar vergüenza. Cuando llegó mi compañera a la oficina le expuse lo
sucedido y le pregunté si tenía aguja e hilo para hacer un cosidito que me sacara del apuro, pero
nada; claro que después de este episodio la que va a llevar siempre en el bolso
aguja e hilo voy a ser yo. Mi compañera me dijo que a ella también le pasaba
porque también tiene los pies anchos, que no me preocupara, pero yo si me
preocupaba, tanto que según iban llegando mis compañeros de oficina me
preguntaban que si estaba triste o cansada, a lo que yo contestaba que cansada
porque duerno poco lo que no era del todo cierto, lo que estaba era pensando cómo
arreglar el zapato y no me gusta que me molesten cuando pienso. Podéis pensar
que mi situación era exagerada pero es que teníamos comida de departamento y no
podía presentare delante de mis compañeras, mujeres de importante rango en
agencia europea que imagino que tendrán un armario de ropa y zapatos como el
del anuncio de Heineken con mis zapatos semi nuevos rotos. Tras un rato de
pensar vi un rollo celofán encima de la mesa y los pegue por dentro y por fuera, no se notaba mucho el
apaño pero cuando andaba sonaba como si tuviera los bolsillos llenos de
caramelos pero parecía que con el invento iba a salir del aprieto. Pero… duró
dos ratos porque se empezaron a despegar y los agujeros se iban haciendo más
grandes y a mí me daba cada vez más vergüenza y no sabía cómo esconderlos así que
al final decidí salir un pelín antes del trabajo porque ya no aguantaba más
estar con los zapatos rotos y con los dedos pequeños de los pies medio fuera
explorando el mundo.
No sé que hacer con estos zapatos la verdad, voy a
intentar (cuando vuelva a Torrijos) llevárselos a Fausto el zapatero, alías “El
McGiver de los Zapatos”, que no hay zapato roto que se le resista a ver si
puede hacer algo con ellos y así hacer que me reconcilie con los mocasines
hasta que me vuelvan a jugar una de las suyas.