La gente se extraña cuando arrugo el morro al oír el nombre de Amberes, -¿Qué pasa que no te gusta?, ¿Cómo no te puede gustar la segunda ciudad más grande de Bélgica?-. Mi problema no es con la ciudad en sí sino con el tiempo que me acompaña cuando voy a Amberes. La primera vez que fui me hizo un calor horrible, y yo el calor lo llevo muy mal, así que volví un poco harta de Amberes y sudando como un pollo, eso sí, me reí muchísimo y me lo pasé muy bien.
La segunda vez que fui a Amberes (todas las visitas se empeñan en ir y tengo que acompañarlas), llovía a mares, se me mojaron los pies y en fin…ya recordareis el episodio de la lluvia y mi sentimiento hacía ese fenómeno meteorológico tan necesario pero a la vez tan horrible. No contenta con eso y a pesar de haber dicho por activa y por pasiva que ya no volvería a Amberes porque siempre que voy el tiempo me la juega, el domingo pasado volví a ir. La idea era dar una vuelta por las tiendas (Amberes tiene una avenida que nada tiene que envidiar a la calle Preciados), comer y pasar el día porque sinceramente, es una ciudad chula y con muchísima vida pero los planes cambiaron y allí me vi yo por tercera vez en mi vida visitando Amberes turísticamente y…con nieve y los termómetros en negativo.
La nieve tampoco me gusta, no es que sea una quejica que no me gusta ni el frío, ni el calor, ni la lluvia, ni la sequía, es que a mí me gustan las temperaturas intermedias en las que hace fresquito y con una cazadorita te apañas pero no…-9º y nosotras pateando Amberes porque no teníamos nada mejor que hacer ese sábado. Nada más pisar la calle principal, ya empecé a retorcer el morro, estaba todo nevado pero la nieve estaba ya guarreada, así que en vez de nieve parecía que estaba en una granja pisando barro o algo así. Además el suelo estaba resbaloso y había que tener mucho cuidado. Aún así, la calle estaba llena de gente porque aunque hacía muchísimo frío brillaba el sol y las personas que viven en los países más allá de los Pirineos jamás se quedan en casa un día soleado por mucho frío que haga. Era gracioso ver la nieve y a todos envueltos en abrigos, gorros y bufandas y en los escaparates de las tiendas la ropa anunciando la primavera. Tras reírnos de la ironía y el contraste entre los escaparates y la realidad llegamos a la zona turística: una catedral muy bonita (aunque nada que ver con la de Toledo, je, je), una Grand Place muy chula también y finalmente el puerto, donde el frío se multiplica por cuarenta. Antes de ir al puerto comimos, un bocadillo de jamón serrano, del malo pero bueno, me apetecía jamón y para una vez que lo encuentro por aquí me daba igual como fuera.
Pero ahí no quedo todo porque Silvia, la otra italiana que vino con nosotras quería ir al museo de arte contemporáneo y también le dimos el capricho. A mí personalmente el arte contemporáneo no me gusta porque no lo entiendo, creo que soy una persona demasiado corriente para apreciarlo, no veo el arte en una tela rasgada, en un trozo de yeso o en cosas así. Alice y yo no paramos de reír durante toda la visita precisamente por eso, Silvia en cambio disfrutaba con cada obra, una de las veces la vi embelesada mirando un cuadro que era completamente azul, era de Kleen y por lo visto es un tipo de azul que se llama así, azul Kleen, porque se lo inventó ese señor. Yo no veía más que un cuadrado azul pero como ya he dicho…soy demasiado corriente para apreciar la belleza del arte contemporáneo. En una de las salas había unos focos todos juntos formando como una especie de pirámide, al acercarme noté que se estaba calentito y con el frio que tenía allí me quedé pensando precisamente en eso: lo a gusto que estaba al calor de los focos. -Es una obra muy famosa-me dijo Silvia-a mí también me gusta mucho-.-No lo sabía- contesté, -estoy aquí porque hace calor-. Se empezó a reír y me dijo que creía que estaba admirando la obra. Vimos muchas cosas en el museo a cada cual más “contemporánea”, incluso estaba expuesto un globo que venía con un infla en una caja de madera y explicaba como hincharlo en italiano. Nos reímos mucho mientras mis compañeras me traducían lo que ponía, el problema fue que me arrime tanto al cristal de donde estaba expuesta la caja que di al globo con la cabeza y casi lo tiro. Anduve lista y lo sujeté entre la pared y mi cabeza mientras Alice lo ponía en su sitio (más o menos) y huíamos de allí como alma que lleva el diablo. No entendimos el arte contemporáneo pero pasamos un rato muy bueno. Cuando salimos ya estaba anocheciendo y se había levantado más frío así que decidimos coger un autobús que nos dejara en la estación del tren para volver a Bruselas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario