El viernes por la tarde Sara, una chica de Croacia que trabaja conmigo decidió invitarnos a los compañeros becarios a su casa el sábado por la noche. Aunque llevaba una semana planeando ir a una fiesta griega llegado el momento me apeteció más ir con mis compañeros de trabajo a casa de Sara y decir adiós al ucraniano Alex (el lunes volvería a su país) por millonésima vez. Tras las negativas de Joanna y Fátima de acudir a la reunión casera, cogí el autobús y a las nueve llegué a casa de Sara. El edificio era viejo por dentro y por fuera por lo que me extrañó que siendo hija de un adinerado croata viviera allí, cuando entré dentro de su apartamento comprendí por qué. Era un ático totalmente reformado compuesto por un saloncito, una cocina, un cuarto de baño y un salón todo nuevo y muy bien decorado. Me llamó muchísimo la atención el retrato de un señor que había en una de las paredes, me hizo pesar en el mariscal Tito pero enseguida descarté la idea.
Éramos solo siete personas en La casa: un serbio, un ucraniano, una macedonia, una rumana, un holandés y yo. Curiosamente la única española y por primera vez en mi vida estaba en una fiesta con mayoría de personas de Europa del Este.
-Que quieres tomar?-, me preguntó Sara.
-Zumo- contesté sonriendo porque no me apetecía beber cerveza ese día.
-No- dijo el serbio Nemanja con su eterna sonrisa, -tienes que probar Rakia, que es una bebida típica de los Balcanes, además es casera-.
Temblé porque bebida destilada serbia, hecha en casa me da a mí que es demasiado espirituosa pero no quería hacer un feo a mis amigos balcánicos así que acepte un pequeño chupito mientras escuchaba las explicaciones de Nemanja:
-este es de melocotón aunque el más tradicional es de ciruelas y no te lo bebas de golpe que no estás acostumbrada-.
Bebí un sorbo de Rakia y sinceramente nuestro licor de hierbas es más fuerte, no me gustó mucho por lo que cambié al zumo y aparté el vaso para irlo terminando en el transcurso d e la noche.
-Quien es?- pregunté al fin mirando el retrato que me había llamado la atención al principio.
-Es Tito-contestaron Nemanja, Sara y Vera al unísono. –El mejor presidente de nuestros países- dijo Sara con orgullo, los otros asentían sin dejar de sonreír.
Mientras hablábamos, reíamos y escuchábamos a Alex tocar la guitarra me sorprendía ver a una croata, un serbio y una macedonia, juntos y tan amigos. Hace un par de años conocí a una Bosnia que no quería ni oír hablar de los serbios ya la que le simpatizaban mucho. En cambio, cuando Nemanja y Sara se vieron por primera vez lo que dijeron fue “un anda que bien otro yugoslavo”, lo que me extrañó más aun.
Volviendo a la fiesta, de repente Alex hizo un parón para sacar de su mochila un casco que compró en el museo militar en Bruselas y que se lo quería dejar a alguien como legado porque no le cabía en la maleta.
-Espera- gritó Sara eufórica, yo tengo aquí otro- y de una estantería cogió un gorro cuartelero del ejercito del aire yugoslavo y se lo puso sobre la cabeza.
-Me encanta-dijo Nemanja, -me gusta mucho las cosas de Yugoslavia-. A modo de anecdota tengo que añadir que Nemanja se apellida Milosevic, lo que hace todo la cosa más curiosa. Eso sí, no tiene nada que ver con el ex-presidente Milosevic.
Yo que he estudiado bastante los Balcanes no daba crédito, Sara y Nemanja me rompían los esquemas y la idea que yo tenía de yugoslava, claro que también eran un claro ejemplo de lo que ya he leído en varios libros y que venía a decir que a los yugoslavos de a pié no les molestaba tanto ser yugoslavos como a los políticos. Lo que pasa casi siempre.
De repente Alex en un ataque de frío se arropó con una manta hasta la cabeza. Alex es un chico que se parece a la imagen que aparece en las películas de Jesús de Nazareth, y con la manta en la cabeza por lo que todos nos reímos y se lo dijimos. También entre risas nos contó que una vez fue a visitar a su abuela que vive lejos de Kiev y no le aviso para darle una sorpresa. Cuando Alex llegó a casa de su abuela, ésta estaba en la calle mirando para otro lado. Alex saludó y su abuela se asustó:
-Jesús- exclamó la abuela.
-Abuela soy yo-dijo Alex.
-Oleksi (Alex en ucraniano), haz el favor de avisarme la próxima vez. Qué susto me has dado creía que eras Jesús-.
No podíamos parar de reír.
Así transcurrió la noche, entre chupitos de Rakia por parte de los balcánicos y vasos de zumo por parte del resto.
Tras las risas llegó la nostalgia, supongo que inspirada por el Rakia. Los balcánicos miraron con melancolía el retrato de Tito y comenzaron a decir que les gustaría una Yugoslavia unida, que separarse había sido una tontería. Según palabras de Sara:
-Ya ves-, dijo mirándome con cierta tristeza, -no queremos estar juntos, nos separamos con guerra y ahora queremos entrar todos en bloque en la Unión Europea. Quién lo entiende, es de locos.-
Miré el retrato de Tito que con un aire a Anthony Hopkins creo que hubiera aplaudido las palabras de Sara. Fue entonces cuando Nemanja llenó todos nuestros vasos de Rakia, haciendo caso omiso de las quejas de Alina, Mike y mías.
-Vamos, la ocasión lo merece, mirad que ambiente más multicultural- dijo sonriendo.
Entonces alzamos nuestros vasos, y brindamos por la multiculturalidad bajo la atenta mirada de un orgulloso Tito.