PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



domingo, 16 de septiembre de 2012

WATERLOO


Antes de empezar a narrar mi historia creo que he de pedir disculpas otra vez por haber tardado casi un mes en escribir pero tengo una buena excusa. El mes de agosto ha sido estupendo en Bruselas, sol y calor y había que aprovecharlo que el invierno lluvioso y oscuro es duro y largo, no tenía tiempo ni de peinarme pero ya con la llegada del otoño espero gozar de más tiempo libre y poder seguir relatando las vueltas que voy dando por ahí porque la nueva temporada se prevé llena de historias. También os pido disculpas porque intuyo que esta historia no será de las mejores, estoy constipada por las idas y venidas del tiempo belga y lo que empezó siendo un dolorcillo de garganta se ha convertido en un constipado que me tiene al cabeza como un bombo y la nariz taponada y no me permite pensar muy bien, pero no quiero dejar pasar más días sin dar señales de vueltas por ahí.

Aprovechando el calor sofocante el domingo pasado decidimos ir a Waterloo. Michal y yo llevábamos tiempo queriendo ir allí porque nos gustaba la idea de ver el campo de batalla donde dieron para el pelo al general Napoleón y convencimos a mi compañera de piso y a un compañero de trabajo para que vinieran con nosotros. De nuevo la excursión parecía un chiste: un eslovaco, un ucraniano, una griega y una española en la estación central de Bruselas cogiendo uno de los trenes más lentos del mundo que tardo más de media hora en recorrer quince kilómetros porque iba parando en todas y cada una de las estaciones que encontraba a su paso.

Cuando llegamos a Waterloo me sorprendió ver que era un pueblecito, esperaba una ciudad, un poco más grande pero no, era un sitio tranquilo, eso sí, lleno de tiendas de ropa que al ser domingo estaban cerradas. Y casas grandes con jardín y piscina en las que me gustaría vivir.

Lo primero que hicimos fue ir al punto de información donde una señora muy amable nos explicó todo lo que teníamos que ver y nos dio la estupenda noticia de que estábamos en nuestro día de suerte porque como era ¨el día del patrimonio¨ y  las entradas a los sitios estaban a mitad de precio y uno de los museos de visita obligada era gratis. El museo no era gran cosa, artilugios de los soldados de aquella época, retratos del duque de Wellington y Napoleón, mapas de esos años con los territorios que pertenecían a cada uno de los bandos y un montón de souvenirs. No quiero resultar macabra pero lo que más me llamó la atención fue que ya en esa época existían prótesis de brazos y piernas para los soldados mutilados. También me sorprendió que cuando había que extirpar algún miembro se realizaba sin anestesia por lo que no me extraña que muchos murieran del simple dolor, yo casi lo hago solo con imaginarlo.

Después de conocer más a fondo a los protagonistas de tan famosa batalla a través del museo cogimos el autobús que nos llevaba al campo donde realmente ocurrió todo. Como en cualquier destino turístico que se precie hay que pagar una entrada para subir al león que conmemora la victoria de las tropas holandesas, británicas y alemanas frente al ejército napoleónico pero ya que se está allí se hace. Después de subir ochocientos mil escalones llegamos entre bromas, fotos y risas al león. El paisaje que se presentó ante mí me produjo dos sentimientos bastante enfrentados que no sabía si eran alegría o decepción porque yo me esperaba algo más espectacular y resulta que era un campo de labranza como los que rodean mi pueblo. Unas tierras más allá se podían incluso ver los tractores de los agricultores para los que el domingo es como un día cualquiera porque el trabajo agrícola no entiende de horarios y festivos.

Estuvimos echándonos fotos con la postura de Napoleón y zanganeando un poco, arriba corría airecito y era un descanso porque no podéis imaginar el calorazo que hacía abajo. Cuando nos cansamos bajamos para continuar con la visita, otra especie de museo que seguía explicando los pormenores de la guerra, fue en este cuando empecé a pensar en la de muertos que tuvo que haber por el capricho de unos pocos y me hizo darme cuenta que no hemos evolucionado mucho con el paso de los años y que en teoría decimos que escribimos la historia para no caer en los mismos errores pero siempre terminamos tropezando con la misma piedra.
Una vez terminada la visita vino lo mejor de la tarde, ir al bar de enfrente de los campos de batalla a hacer nuestro merecido reposo del guerrero y tomarnos una ¨Waterloo¨, la cervecita que se hace en el pueblo y que recomiendo a todos probar porque está bastante buena. Una vez recobradas las fuerzas caminamos hasta la estación para volver a coger el tren de vuelta a Bruselas pero esta vez fuimos más listos y cogimos uno directo que nos dejó en la capital en diez minutos.

En este viaje no me pasó ninguna anécdota, he de apuntar que hacía mucho calor y a media tarde empecé a sentirme un poco mal, me dolía mucho la cabeza. Quizá por eso no disfrutara de Waterloo lo suficiente y me pareciera que era como cobrar a la gente por ver los campos de Caudilla, de todos modos pasé una tarde estupenda con mis compañeros que volveré a repetir tan pronto como podamos.