PARA EMPEZAR...

PARA EMPEZAR...

Me llamo Marta Fernández, licenciada en periodismo, experta en Relaciones Internacionales y a un paso de ser Doctor en Ciencias Políticas.

Mi pasión por el periodismo y contar lo que pasaba comenzó siendo muy pequeña, quizá tuviera unos seis años, y veía a los reporteros en la tele, cada día en un sitio, contando historias diferentes, visitando muchos lugares, conociendo otras culturas y personas, todo muy apasionante. Y como siempre he sido muy cabezona eso fue justo lo que hice, convertirme en periodista y aunque no se si por azar o por mala suerte (o no), la vida no me está brindando la oportunidad de ser periodista pero si que me está dando la de viajar y conocer diferentes lugares, culturas y personas, a veces lejos de casa, otras veces muy cerca de ella, pero siempre encuentro en todo una historia que merece ser contada.

Ya decían Celtas Cortos "En estos días inciertos en que vivir es un arte", yo lo que pretendo es exprimir al máximo ese arte, contar mis experiencias y compartir mis viviencias que a veces son buenas y otras no tanto, pero que la mayoría de las veces dejan anécdotas graciosas y divertidas que me recuerdan lo maravilloso que es ir...Dando Vueltas por Ahí.



lunes, 12 de marzo de 2012

JUGAMOS AL Q-ZAR

Las tardes de domingo siempre me han parecido un poco tontas, no se respira la alegría de los sábados porque al día siguiente hay que volver al quehacer diario pero tenemos tiempo libre que requiere ser empleado en alguna actividad, eso sí, algo ligero que no nos agote y estemos con las pilas cargadas al día siguiente.
Cuando estoy en España suelo ir al cine porque que reúne las características que he descrito anteriormente, a veces también a dar un paseo por el campo, pero aquí en Bruselas nunca sabía qué hacer y me parecían aun más tontas que en España. Pero de unas semanas a esta parte mi perspectiva de las tardes de domingo belga están cambiando y se están convirtiendo en tardes entretenidas cargadas de actividades que no solo me hacen pasar un buen rato sino que cada vez me guste más estar aquí. Ayer mismo, aburridos de cine y cervezas decidimos ir a jugar al Q-Zar algo que llevaba queriendo hacer desde hace años pero nunca supe donde y que me ha parecido muy, muy divertido, eso sí, las cosas como son y la verdad siempre por delante…soy pésima.

El Q-Zar es parecido al Paintball pero con pistolas laser, no sé el nombre en español porque yo siempre lo he llamado así “pistolas láser” pero dudo que ese sea su nombre. Para los que no sepan en que consiste lo explico: es como una especie de guerra entre dos equipos. Nos sueltan en un laberinto oscuro y tenemos que disparar a los del equipo contrario, es un poco difícil porque hay veces que no sabes si la persona que tienes delante es de tu equipo o no debido a la falta de luz por lo que no es difícil disparar a uno de los tuyos. Para poder jugar hay que ponerse un chaleco con un contador en la espalda y otro a la altura del ombligo y una metralleta laser. Para que los disparos cuenten hay que apuntar a esos marcadores o a partes concretas de las metralletas, vamos que disparas y donde des has dado y si aciertas pues eso que te llevas y si no pues nada, pierdes munición.

Cuando llegamos a la bolera tuvimos que esperar a que viniera más gente porque nosotros éramos ocho y convenía que fuéramos más para que los equipos fueran más grandes. Cuando nuestros contrincantes llegaron nos hicieron pasar a una sala para ponernos los chalecos y coger las metralletas. En esa misma sala fue donde conocimos a nuestros “enemigos” lo que nos dio mucha risa porque eran unos siete u ocho niños de entre 8 y 12 años, yo no me lo podía creer. Hicimos bromas con el encargado del juego diciéndole que no podíamos disparar a niños, ellos sin embargo parecían muy seguros de sí mismo y nos miraban con esa cara maliciosa que los chavales suelen poner y que viene a decir “vaya paliza que os vamos a dar” y he de reconocer que…así fue.


Cuando empezó el juego me dio un poco de miedo, el laberinto estaba oscuro y no se oía nada, andaba pegada a las paredes para que no me vieran pero de repente…me vibró el chaleco, alguien me había disparado…miré para todos lados pero no vi a nadie así que seguí por mi camino y esta vez fui yo la que disparó sin suerte al niño que tenía delante que me miraba con una cara maléfica y que no dejó de dispararme hasta que mi chaleco se iluminó avisándole de que ya no podía matarme más. A partir de ahí todo fueron gritos carreras y risas, los niños nos estaban dando una paliza descomunal, tenían la táctica bien ensayada: siempre en parejas y algún francotirador que te disparaba a traición (ese fue el culpable de la primera vibración de mi chaleco). A su experiencia se sumaba que eran muy bajitos por tanto nuestros marcadores les quedaban a la altura adecuada para poder dispararnos mientras que nosotros teníamos que agacharnos para darles por lo que perdíamos un tiempo que ellos aprovechaban para darnos. Fue muy divertido, tanto ellos como nosotros lo pasamos muy, muy bien.

Cuando salimos nos dieron las puntuaciones, me dio un poco de reparo porque soy realmente mala en el Q-Zar, los niños me dieron para el pelo pero bien, sería la vergüenza del ejército español…

Después de nuestra humillante derrota nos fuimos a un bar a tomarnos una cervecita para celebrarlo. Como no podía ser de otra manera el bar era raro, tenía un escaparate lleno de…no sé como denominarlo…artilugios: un reloj, un zorro disecado, una plancha del año mil…no sé, cosas raras, más que un bar yo habría dicho que era una tienda de antigüedades. Una vez dentro te encontrabas con una sala de madera (como un bar cualquiera) pero si ibas subiendo pisos entrabas en diferentes habitaciones, cada una con un par de sillones y una mesita y allí te sentabas como en el salón de una casa a tomarte lo que quisieras, eso sí, no tiene cosas normales, solo cócteles raros, vinos de sabores y un tipo de cerveza. Me decanté por un vino de frambuesa que no sabía ni a vino ni a frambuesa pero que se dejaba beber, era como un refresco raro con muy pocos grados y un sabor peculiar. No me disgustó pero tampoco volveré a beberlo.

Después de la experiencia volvimos a casa agotados porque el Q-Zar cana con tantas carreras (aunque está prohibido correr pero para eso están las prohibiciones, para no hacerlas caso) pero contentos por habernos echado unas risas en esa “tarde de domingo rara”[i].



[i] Titulo de una canción del grupo español Amaral.